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Vuelta de hoja

Médicos a la fuga

La fuga de médicos en Baleares por no hablar catalán». Pues bien, mira que me meto en charcos y que algún día me arreglarán el problema de la caspa de una colleja bien temperada, pero por una amiga lo que sea

Pues que me encuentro el otro día en el autobús con mi amiga Salud, que me tiene ley y me quiere como a un hijo y dice que no se pierde ni uno de mis delirios dominicales (gracias, rebonica, recuérdame que ahora que vienen las navidades te invite a unos polvorones y a un golpet de cazalla) y me pregunta que cómo llevo el artículo. Como quiera que esto de sacarle viruta semanalmente a cualquier tema sea fatigoso y a veces la sequía neuronal te lleve por la calle de la amargura, le digo que no se me ocurre nada, que estoy bloqueado y que no tengo tema. «Pues yo te doy uno. La fuga de médicos en Baleares por no hablar catalán». Pues bien, mira que me meto en charcos y que algún día me arreglarán el problema de la caspa de una colleja bien temperada, pero por una amiga lo que sea. Allá va, como el caballo de copas. Va por ti, querida Salud y que Dios reparta suerte.

Sí, yo también he sido víctima de la santa inquisición qualificadora, de los examinadores que te huelen el pelo de la dehesa castellana a la que abres la boca, que no te perdonan que le des un patadón al punto de la ela geminada, que te escrutan, te radiografían y te mandan, a la menor, al destierro de la «desnormalización». No señor, no hay manera de que uno se normalice y mira que le he puesto tesón y empeño. Que estudié un año entero en un instituto para mostrencos no normalizados, que leí con pasión a Mercè Rodoreda, a Isabel Clara Simó (esto sí que tiene mérito), a Pere Gimferrer y a todo lo que caía en mis manos en catalán. Pues no hay manera. En mi última convocatoria, razonablemente mosqueado, recurrí el examen. Al poco me contestó la Junta Qualificadora con un desglose. Hay que sacar un siete, esa es otra, no se conforman con un cinco. Saqué un seis con noventa y cinco. Seguía siendo un bichejo por normalizar. Y un ciudadano hundido, encabronado y con ganas de retorcerle las pelotas al espectro de Joanot Martorell. Los nuevos inquisidores saben de sobra que la mayoría de los que se presentan al santo oficio es por motivos de trabajo. Lo saben, porque además te lo preguntan. Claro, el problema de ser un paria anormal es que si no pasas por el aro tienes en cuestiones laborales menos futuro que chancho por San Martín. He perdido la cuenta de las bolsas de trabajo a las que me he presentado esperando un milagro de San Expedito, abogado de las causas imposibles. En las bases de dichas bolsas se valoran los méritos con números del uno al tres o del uno al cinco. El valenciano/catalán puntúa más que una carrera universitaria. Una carrera, un punto. Valenciano elemental, punto y medio. ¡Toma ya normalización! Un examen vale más que trescientos en seis años. De modo que uno siempre se queda encallado en la medianía de la lista porque parece ser que veinte años de experiencia tampoco importan demasiado.

Ahora, al parecer, en Baleares, el Govern ha dado el decretazo. Al loro anestesistas, ginecólogos, traumatólogos, cirujanos. A partir de ahora tenéis que hablarle a la vesícula, al yeyuno, al húmero, a los ovarios, a la próstata y al píloro, además de con cariño, en catalán que las vísceras y tripicallos baleares no entienden el castellano, esa opresora lengua del averno. Los profesionales han entrado en pánico y amenazan con darse el piro a otras comunidades donde valoren su profesionalidad por encima del idioma que hablen. Pero, vamos a ver. ¿Acaso, por ventura no se entiende que los idiomas son bellísimas herramientas que sirven para comunicarse? ¿Que los idiomas se hablan, no se imponen? ¿Que tener un título no quiere decir que seas un Ausiàs March? ¿Que los idiomas también se aprenden de oído, es más, que se aprenden mejor de oído que con un puñal en el pecho y la incertidumbre de no llegar a fin de mes?

Ahora, un suponer. Vale, un suponer excéntrico, casi pueril pero que entra dentro del código de probabilidades. Alguien que dicta el decreto de que los médicos no puedan trabajar por no xarrar català, se pone muy malito (Dios no lo quiera nunca que no le deseo semejante trance a nadie). Curiosamente el único que tiene la fórmula para salvarle el pellejo es un profesional que no entiende ni papa de catalán. ¿Se dejaría operar en castellano o preferiría una digna muerte en catalán?

Amo profundamente cualquier medio que sirva para pergeñar un poema o silabear un verso quedo y callado como un aliento de niebla en el cuello de la amada o del amado. Incluido el catalán però, deixar ja de tocar les pilotes, que tots volem treballar i tindre la festa en pau, collons!

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