La semana pasada un grupo de amigos nos reunimos en Biar para celebrar una de las últimas comidas del año en comunidad, como solemos casi mensualmente. En estos almuerzos/comidas, amén de criticar a los ausentes que no han podido asistir, hablamos de todo, de lo divino y de lo otro, de fútbol, y esta vez hasta lo hicimos de Catalunya. Pero, especialmente, en esta pasada reunión hablamos de pintura. Y de la madurez pictórica de uno de los componentes, el más joven, de la cada vez menos restringida panda de los súper héroes jubilatas, como así nos llamamos a nosotros mismos en un alarde de generosidad.

Javier Lorenzo, el gran muñidor de la paella de boquerones y espinacas siempre que visitamos Biar ya que mis cualidades gastronómicas dejan mucho que desear y están a la altura de mis conocimientos matemáticos, se convirtió en la vedette de la reunión al mostrarnos el espléndido catálogo de la muestra que inaugura el próximo martes en la Sala Juana Francés de la Sede Universitaria alicantina. Un catálogo con interesantes textos de María Marco y Jorge Olcina.

Javier Lorenzo, todo hay que decirlo, ha alcanzado una robusta madurez en el manejo de esos personajes, amigos que, no por menos conocidos, dejan de interesarnos. La contrastada madurez pictórica de Javier (la otra ya empieza a insinuársele levemente) se magnifica en estas estupendas pinturas donde sus allegados más íntimos nos reconocemos caminando hacia horizontes lejanos (horizontes de grandeza, que diría el maetsro William Wyler) bajo unos cielos tan sugerentes con esos tonos ora azules ora marrones y que Arcadi Blasco calificara «como de lo mejorcito de la pintura alicantina actual». Y un servidor, amigo de Javier como lo fui de Arcadi, no puede por menos que estar de acuerdo.