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La risa es una arquitectura que da al terror como el salón da a la cocina o el dormitorio al cuarto de baño. Comprendí esto un día que estábamos tomando una copa en el salón, riéndonos de la ocurrencia de un amigo, cuando me llegó el olor de la cocina, en cuyo horno se doraba una hermosa pierna de cordero. La había comprado el día anterior no como el que compra un pedazo de carne, sino como el que adquiere un objeto. Resulta increíble la capacidad de cosificación desarrollada por la inteligencia humana. Mientras reíamos, comencé a reconstruir al cordero a partir de su extremidad. Lo vi naciendo, poniéndose en pie sobre sus patas de alambre. Vi a su madre lamiéndole para dejarlo limpio de las adherencias que arrastraba desde el útero. Lo vi luego mamar con la obstinación de los recién nacidos. Vi cómo lo sacrificaban antes del destete para poder colgar de él la etiqueta de cordero lechal.

A medida que las risas arreciaban, el olor se extendía por toda la casa. Me vinieron entonces a la memoria imágenes de la Prehistoria: gente comiendo gente. Un cordero no es gente, de acuerdo, o sí. En todo caso es un mamífero. Por un momento, al pensar que en unos minutos serviría la pierna a mis invitados, me ruboricé, sentí vergüenza de aquel instante a punto de llegar. Había algo peor: en un rincón de la fuente de barro, junto a la pierna, se asaba también la cabeza del animal partida en dos mitades. La había reservado para una de las invitadas a la que le gustaban los sesos. Sentí que formaba parte de una fiesta bárbara. Éramos un grupo de salvajes que disimulábamos nuestra brutalidad manejando con estilo las copas de vino.

Abandoné el salón y me fui a preparar la ensalada. De paso, abrí el horno y rocié los sesos y la carne con un poco de vino blanco. La gente se sentó a la mesa. Serví la ensalada, pero me solicitaron que no retrasara el cordero, pues el olor había despertado los jugos gástricos de los reunidos. Yo mismo comí con apetito un buen trozo de carne que se desprendía del hueso con una facilidad sorprendente.

Pensé en los míos, en mis huesos y sentí una extrañeza enorme frente al mundo. Lleno de horror, reía con los comentarios de mis amigos. La risa y el horror juntos, como en tantas otras ocasiones de la vida.

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