Nuestro sistema de creencias sociales tiende a posicionarse en la indefinición normalmente por miedo a los extremos, y eso provoca que no llegue a ser consistente ninguno de los parámetros necesarios para asentar una postura firme de evolución y desarrollo social. Hemos podido vivir la recreación de muchas sociedades ideales sin que nadie, en ningún caso, las intente llevar a la práctica por imposibles, inalcanzables o improbables.

Tres ejemplos singulares podrían ser la obra de Tomás Moro Utopía, escrita en el siglo XVI, donde se recrea una sociedad idílica de convivencia ultra pacífica y donde todo es de todos, recreando muchos de los pensamientos de Sócrates y Platón en torno a la idealización social. Posteriormente, Aldous Huxley retrata en Un mundo feliz, un cambio tecnológico en la sociedad que la convierte en saludable, erradicando todo atisbo de conflicto y donde el principio activo y final es la felicidad de toda la sociedad. El mundo de Huxley plasma muchas de las ideas de Platón, pero la «triste» conclusión es vivir una alienación «feliz». Finalmente, Steven Lukes, en su obra El viaje del profesor Caritat busca desesperadamente el mejor de los mundos posibles, llegando a la cruda conclusión de que no debemos perseguir un ideal concreto dejando al margen todos los demás.

Perseguir la utopía puede condicionarnos al fracaso por saber que nunca la podremos alcanzar, pero debemos de ser conscientes de que intentar conseguirla es lo que marca nuestro camino hacia un mundo perfecto. Quien mejor ilustró la trascendencia de la utopía fue Eduardo Galeano parafraseando al cineasta argentino Fernando Birri en el transcurso de una conferencia con estudiantes universitarios en Cartagena de Indias: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para avanzar».

Lo más paradójico es, sin duda, que la tendencia social se encamina hacia la consagración de la distopía como única salida de una sociedad decadente y enfebrecida por la dilapidación de la razón y el gobierno de todos en favor de la sinrazón y el despotismo. La figuración de un futuro social de tintes totalitarios donde la alienación sea el objetivo final. La lucha entre utopía y distopía está mediada por las nuevas tecnologías que consiguen mundos de ficción donde muchos ilusos se encierran y pierden el sentido de la racionalidad y la realidad. Acercarnos a la utopía nos aproximaría paso a paso al bienestar, adentrarnos en la distopía conllevaría la perdición humana.