Mis mejores recuerdos del Hércules permanecen anclados al siglo XX, tal vez por eso, sigo pensando en pesetas, comprando discos, y leyendo la prensa en formato papel. Esto último es innegociable, necesito tocar el periódico para dar relevancia a lo que leo. Aunque cada vez se hace más difícil mantener esta convicción; hoy los quioscos escasean como las trufas blancas, y encontrar un lugar donde comprar la prensa es casi misión imposible, sobre todo a primera hora de la mañana en algunas zonas de la ciudad.

Pero donde hay un deseo hay un camino, así que todos los días me levanto media hora antes para conseguir mi preciado tesoro. Paradójicamente, he de confesar que no me molesta el madrugón, y el paseo se me hace incluso agradable con la fresca. Entre nosotros: no es lo mismo despertarse para ir a trabajar, que hacerlo para ir a leer el periódico. No hay color.

Casi siempre acudo en busca de auxilio al barrio donde antaño estuvo el estadio de Bardín. La querencia es la querencia, así que cruzo el puente rojo desde el PAU, bordeo la rotonda de la avenida, y giro hacia la izquierda para enfilar la calle Deportista Manuel Suárez. El Vizcaíno de Guecho tuvo una biografía que daría para una película de éxito, pero por abreviar les diré simplemente que fue el entrenador que nos llevó por primera vez a la máxima categoría. Su calle hoy, desemboca justo donde estaría la tribuna de Bardín; no puedo imaginar mejor homenaje.

Delimitando precisamente lo que era el «fondo sur» de aquel campo de los albores del herculanismo, se encuentra la calle que lleva el nombre del fundador, Deportista Vicente Pastor; y muy cerquita, casi formando ángulo con ella, está la vía dedicada al propio Renato Bardín, mecenas de aquel Hércules triunfante de los años treinta y cuarenta.

Pues bien, en el vértice de ambas calles, justo en lo que sería el equivalente, en el Rico Pérez, al «córner Kempes» de aquel desaparecido estadio, se encuentra mi destino matinal: el «Café París». Allí encuentro todo lo que a las siete de la mañana un hombre puede desear: media tostada con aceite, un café con leche caliente, y la prensa del día sin arrugar.

Una bufanda blanquiazul y un escudo herculano dan la bienvenida a los clientes, así que es fácil sentirse como en casa; a ello también contribuye sin duda el buen hacer de su dueño. Roberto es ese tipo de persona al que uno confiaría sus ahorros o compraría un coche de segunda mano sin pestañear. Les pondré solo un ejemplo de la calidad de este profesional con casi cuarenta años de servicio a sus espaldas: con la mente puesta en sus clientes, y para evitar codazos y tensiones para conseguir un periódico a la hora del bocata, todos los días el Café París pone a disposición del personal diez cabeceras de prensa. ¡Diez! No sé ustedes qué opinan, pero para mí, que semejante gesto merece al menos un accésit del «Mariano de Cavia». Con tipos así el futuro de la prensa está asegurado. Qué digo la prensa, la humanidad.

Dios está en los detalles, y son pinceladas como esta las que marcan la diferencia para generar clientela. Uno se siente querido y mimado por el que maneja el cotarro, y así, casi sin querer, nace del roce el cariño y la fidelidad. ¿Les suena? Pues eso, el sábado abríguense.