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Antonio Sempere

En otras palabras

Antonio Sempere

Valor y precio

De un tiempo a esta parte, las exposiciones que se exhiben en la sala pequeña de la Lonja del Pescado llevan incluido el desglose de lo que han costado. Cosas de la Transparencia. El método es discreto. Junto a las puertas hay pegado un folio que, en letra pequeña, te informa de todas las partidas desglosadas. La primera de las expos que vi conociendo el precio costó 30.000 euros. En la segunda faltaban diez euros para que su valor fuera de 20.000. En un principio me extrañó que el transportista, en ocasiones, cobrase más que el artista. Y me chocó ver, a pelo, los euros que se llevaba el comisario. Y es que hay cosas que sería mejor no airear.

En estos casos, salvo en la inauguración, me da la impresión de que no pasa demasiada gente por las instalaciones. Para cerciorarme del público que puede visitar las tres salas de la Lonja durante una jornada pregunté directamente a un celador, que me pareció sincero cuando me dijo que hay días que veinte, días que algo más, días que no llegan. En mis catas, donde paseo por sus salas durante una hora al azar en los mediodías, las sobremesas o al caer la noche, ha sido raro encontrarme a más de tres en todo el recinto.

Pero volvamos al folio de marras. Estoy especialmente sensibilizado con el uso del dinero público. Desde siempre. Y no quiero ni imaginar lo que podría ocurrir si se pusieran de moda estos hábitos de Transparencia y la moda del folio creara tendencia. Imagino el papelito indiscreto en el hall del Arniches informando céntimo a céntimo qué ha cobrado cada cual después de la función. Lo mismo en el Teatro Principal, en el ADDA, y más todavía, después de cada acto en la Casa Bardín. Cuánto ha cobrado un conferenciante. Cuánto el del sonido. ¿Y el afilador del piano? Creo que no estoy preparado para tanto sobresalto. Pero si ni siquiera puedo evitar, cuando paso por los establecimientos gastronómicos, imaginar cuántos de los comensales, en el fondo, están pagando su factura con dinero público. Con su sueldo, sí. Que para eso son funcionarios o asalariados de la cosa pública, jubilados jubilosos o asesores contratados. Pero al final todo sale del mismo sitio. De eso que llamo la caja común.

Es verdad. Estoy demasiado sensibilizado por el dineral que mueve esta caja, como con miedo a que llegue un mal día que colapse. De ahí que, volviendo al principio, la minuta desglosada de la exposición de la Lonja, expuesta junta a la obra, me parezca inadecuada. No son esas minucias, en todo caso, las que deberían llamar nuestra atención. Imaginen al señor que pasa por allí por casualidad, ve esas actuaciones artísticas, y se entera que el transportista de lo que para él es «esa cosa» se ha llevado cinco mil euros. En Cultura, valor y precio, no siempre van unidos. No se puede medir la dichosa rentabilidad social. Por lo que aplicar la Transparencia es mucho más complicado que pegar un folio en la pared informando de los euros que cobró el transportista.

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