Hace unos días me paró en la plaza de Los Luceros un antiguo alumno para decirme algo que me sorprendió: que en aplicación de la Ley de Memoria Histórica era intención municipal arrebatar a Blas de Lezo la calle que tiene dedicada en la zona de Rabasa para sustituir su nombre por el de dos deportistas que designarían los dos tramos en que se dividiría este vial.

Desde luego, lo de la Ley de Memoria Histórica, si fuese cierto, es una barbaridad inimaginable, porque Blas de Lezo es un personaje del siglo XVIII, que en cualquier país que no fuese España sería una de las figuras más admiradas y reconocidas. Pero, ¿saben nuestros munícipes quién fue Blas de Lezo? Pues si lo supieran, cosa que dudo, nunca se hubiesen atrevido ni siquiera a pensar tal disparate.

Blas de Lezo nació el año 1689 en el municipio guipuzcoano de Oiartzun, y fue el almirante más trascendental de la historia de España, que como en pocos sitios cuestiona a sus hombres y mujeres más ilustres, descontextualizando sus hazañas, no reconociendo sus méritos para arrojarlos sin miramientos al baúl de la desmemoria. Y Blas de Lezo es un ejemplo característico de este desprecio. Porque, ¿quién recuerda a Blas de Lezo protegiendo las costas españolas en el Caribe infectadas de corsarios británicos, al que fuera jefe naval del Mediterráneo en el sitio de Génova, al que dirigió en 1732 la toma de Orán y al que, como comandante general de Cartagena de Indias, en 1741 defendió la ciudad del ataque inglés, tal vez en la batalla naval más importante de la historia española? Solo por lo indicado ya sería merecedor de haberle dedicado monumentos, plazas y calles, pero aquí con mayor motivo. Ya que la expedición a Orán zarpó de Alicante el 15 de junio de 1732, siendo Blas de Lezo segundo comandante de la escuadra que, entre el 25 y el 28 de junio, conquistó esa ciudad. Y tras ser convenientemente guarnecida, Lezo regresó a Alicante escoltando 120 embarcaciones de transporte. Aunque dos meses después, los berberiscos intentaron recobrar la perdida plaza, acción en la que murió su gobernador, el marqués de Santa Cruz de Marcenado. Al conocerse la noticia, el «Medio-Hombre» fue comisionado para desbloquear el sitio. Lo logró con siete velas y veinticinco transportes, que llevaban cinco mil soldados de refuerzo a la guarnición.

«Medio-Hombre» llamaban al que cuando sólo tenía trece años ingresó como guardia marina en la Armada franco-española, en plena guerra de sucesión al trono español. Su primer servicio fue en la batalla de Vélez-Málaga, el 24 de agosto de 1704, y el apenas adolescente Blas de Lezo perdió la pierna izquierda de un cañonazo, ascendiendo a alférez de alto bordo para continuar en el servicio con una pierna de palo. Pese a su limitación física, el joven marino sirvió con entusiasmo a Felipe V, aspirante Borbón al trono español y nieto de Luis XIV, un entusiasmo que le costó perder el ojo izquierdo en 1707 y el brazo derecho en 1714, estando ya al servicio de la Armada española como capitán de fragata.

Los límites de espacio impiden detallar las innumerables gestas realizadas por Lezo en las costas españolas, italianas, del Perú, de Chile, convirtiéndose en toda una leyenda por sus sorpresivos ataques derrotando múltiples veces a los corsarios enemigos. En 1734 fue promovido a teniente general de la Armada y, nombrado jefe de la escolta de los galeones de Tierra Firme, partió de Cádiz el 3 de febrero de 1737 escoltando los galeones que se dirigían a Cartagena de Indias, puerto al que arribó el 11 de marzo de 1737.

La Armada británica pretendía conquistar este puerto como base de partida para dividir en dos los dominios españoles, rompiendo la comunicación entre los virreinatos del Perú y México y promover el dominio inglés en aquellos territorios. El almirante inglés Edward Vernon, con 186 barcos y más de veinte mil combatientes, había reunido en Jamaica la escuadra más numerosa y fuerte que vieran jamás los mares americanos y daba tan por seguro aplastar a la Armada española, que anunció su victoria antes del fatal desenlace para el engreído capitán. Blas de Lezo, invicto en 22 batallas, no estaba dispuesto a ponérselo fácil, no entraba en sus planes caer derrotado a pesar de las circunstancias en su contra. Y con tan solo tres mil hombres y seis navíos cambió el curso del tiempo político durante el resto del XVIII.