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Vuelta de hoja

La vieja zorra

El oficio de insultador está muy devaluado. Se ha convertido en arte previsible, acartonado y chabacano. Ya no se insulta como antes, ni en los foros, ni en las redes sociales, ni en la prensa, ni en el Congreso. Llamar hijo puta a un árbitro no tiene mérito alguno. Llamarlo «hijo mío» con cierta delicadeza y aún ternura, es mucho más eficiente y sutil, dónde va a parar. Circulan desde hace años anécdotas de políticos más o menos nefastos, más o menos honorables, más o menos inteligibles, pero de una inteligencia fuera de lo común que usaban la ironía como arma, el aplomo como rodela y la elegante mala baba como patíbulo (ahora se le llama «zasca»). Es más que probable que el avispado lector recuerde a Gil Robles y a sus calzoncillos. En pleno debate en el Congreso, alguien gritó al orador: «Su señoría es de los que aún gastan calzoncillos de seda». Ante el despiporre general, la algarabía y las risotadas, el orador aguantó estoicamente y esperó a que se calmara el hemiciclo y se reanudara su turno de palabra: «No sabía que su señora de usted fuera tan indiscreta», espetó sin mover un músculo. También cuentan que, en trance de parecido jaez, Lady Astor, primera mujer en ocupar un escaño en la Cámara de los Comunes del Parlamento Británico se engalló al mastodonte Winston Churchill con estas palabras: «Si usted fuera mi esposo, le pondría veneno en el té». El político cachazudo y bregado en mil batallas, contestó con parecida serenidad: «Si usted fuera mi esposa, no le quepa duda de que me lo tomaría hasta la última gota». Estos eran insultadores de casta, con oficio y con fundamento. Que no es lo mismo llamar cabrón al marido burlado y recién coronado que llamarlo «cornicantano», un suponer. Ahora los insultos son de sal gorda, muy de a pie de calle, muy previsibles, ya digo. Ahora, a una alcaldesa, se la puede llamar «vieja zorra», «vejestorio despreciable», «que se muera la vieja zorra ya», «que se muera con una muerte lenta y agónica». ¡Por el amor de Dios, qué vulgaridad! Tan romo, tosco, burdo y falto de ingenio como lo del «hijo puta» al árbitro. No dejaría de ser una dejadez o falta de brío mental si estos exabruptos hubieran salido de un bar poligonero al arrimo de las dos de la madrugada y a cargo de parroquianos de lenguas gordas y encalladas a golpe de gin-tonics de garrafón. Lo malo es que esta reata de insultos mediocres salía de boca (tecla en este caso) de un grupo de policías locales de la comunidad de Madrid. En un grupo de whatsapp, al parecer destinado a otros menesteres, estos insultadores de medio pelo ponían a caer de un burro a Manuela Carmena, a Pablo Iglesias, a una periodista de la sexta, y a todo aquel que se saliera de su ideología cerril, fascistoide, cochambrosa y primitiva. El facherío patrio anda revoltoso. Parecía que sólo andaba suelto por las calles y las covachuelas, por las plazas y los mentideros a raíz del asunto catalán. Pero no. También está en los cuarteles, en instituciones donde la única política, la única ideología debiera ser la defensa a ultranza del ciudadano. Cuidado, que van armados. Amenazan de muerte a Manuela Carmena, lanzan vítores a Hitler, se ciscan en la estampa de los refugiados porque no transigen con lo distinto, porque no piensan, porque no leen, porque no toleran, porque confunden testosterona con violencia, porque tapan sus ojos por los laterales como las caballerías, porque no razonan, porque tienen una botaza militar por cerebro y porque, además de pésimos insultadores, son tontos del haba que no saben que el gran hermano te vigila y todo lo que viertes por internet puede volverse en tu contra.

Mi querida «vieja zorra». Desde esta humilde tribuna te doy la enhorabuena por esos mil millones de superávit, por ese 40% de reducción de deuda, por esa dignidad y esa transparencia con la que llevas el bastón de mando, por demostrar sin alharacas que, efectivamente, no robar ayuda mucho a conseguir semejantes logros, por parar desahucios y por dejar, con tu actitud, que los fascistas vociferantes vayan cayendo uno a uno y se retraten solos. Chapeau, alcaldesa.

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