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Martín Caicoya

Solidaridad o compasión

Los sistemas generosamente solidarios aún no se plantean cuánto debe pagar el individuo por no llevar hábitos saludables a lo largo de su vida

En una reunión a la que asistí recientemente en Bogotá, convocada por una agencia del Ministerio de Salud para celebrar sus 10 años de existencia en el manejo de las enfermedades de alto costo, uno de los conferenciantes pronunció repetidamente la palabra compasión. Nos hablaba de la muerte, de los cuidados paliativos. Me recordó al Dr. Juvenal Urbino, que como dice García Márquez "era consciente de que sólo lo llamaban para atender casos perdidos, pero él consideraba que también eso era una forma de especialización". El conferenciante trató de convencernos de que la muerte no es un fracaso, nuevamente vino a mi mente el Dr. Urbino "cada cual es dueño de su propia muerte y lo único que podemos hacer, llegada la hora, es ayudarlo a morir sin miedo ni dolor". Mediante la compasión, nos decía el conferenciante. Que además se constituye en una recompensa no buscada. Es una emoción positiva que nos une a los otros en los momentos más difíciles para ellos. En una sociedad como la nuestra en la que hemos conseguido añadir tiempo a la vida, años o meses que no siempre se disfrutan con salud, que la compasión tome protagonismo, que sea reconocida como una de las capacidades que tenemos como seres humanos, y también otras especies, me pareció una propuesta interesante.

La conferencia trataba de cómo afrontar las enfermedades, como el cáncer, que producen un gasto que ya empieza a ser inasumible por la sociedad. A uno de los conferenciantes, experto en seguros, le preguntaron si creía que deberían pagar más los que más riesgos tenían. Desde que la Metropolitan Life Insurance desarrollara sus tablas de vida, los seguros de vida cobran más a medida que uno envejece, como principal riesgo de muerte. Con el tiempo han ido añadiendo otros riesgos conocidos a las pólizas. ¿Deberíamos hacer pagar a un paciente fumador con cáncer de pulmón su tratamiento pues fue su decisión de fumar la que lo condujo a ese estado?, se preguntó. La respuesta, dijo, es una decisión de cada sociedad en cada momento según el grado de solidaridad que quiera tener.

Hace años el sistema sanitario británico se propuso cobrar las intervenciones coronarias a los pacientes fumadores que tras el tratamiento no dejaran de fumar. Coincidió casi en el tiempo con la categorización del tabaquismo como enfermedad en oposición a considerarlo un vicio. Desde entonces ya nadie se atreve a plantearlo.

Compasión y solidaridad son dos virtudes diferentes. La primera es más privada, una relación íntima con el otro, aunque puede ser ella la que impulse la solidaridad, como es el caso del apoyo a las ONG. Pero tiene un lado oscuro que Fermina Daza identificó cuando empezó a notar que el Dr. Juvenal se hacía más dependiente: "No lo trató como a un anciano difícil sino como a un niño senil, y aquel engaño fue providencial para ambos porque los puso a salvo de la compasión".

La sociedad moderna impone la solidaridad. Una imposición que denuncian los denominados ácratas liberales, los que piden que el Estado deje de inmiscuirse en sus asuntos. Yo prefiero los sistemas generosamente solidarios. Especialmente en la salud, como en la educación, que hagan esfuerzos para compensar las deficiencias que por nacimiento o crianza sufran las personas. Y todas las que se producen por azar, como son la mayoría de los cánceres y tantas otras enfermedades. La difícil cuestión es cuánto se puede culpar al individuo de las elecciones equivocadas como pueden ser fumar, beber en exceso, tener sobrepeso o ser sedentario. Y cuánto se le debe hacer pagar por ello. Los sistemas generosamente solidarios, los que se financian con los Presupuestos Generales del Estado, no se plantean ese dilema de momento. Es más fácil que lo hagan los que se basan en seguros. Ya he comentado lo de la edad. Uno nada puede hacer para no cumplir años, sin embargo, cada año le exigen pagar más. Parece injusto para el individuo, pero lo sería para la compañía si no tomara en cuenta ese riesgo y por azar su póliza estuviera cargada de ancianos. Esto se resuelve cuando todos están asegurados y los que menos demandan compensan por los que más lo hacen, pagando todos lo mismo. Es la solidaridad. Pero cuando el aseguramiento es un mercado en el que compiten diferentes compañías, es justo que en sus pólizas figure el riesgo. Algunos economistas dicen que el mercado puede bajar los precios y mejorar la calidad, un beneficio para los ciudadanos. Otra conferenciante nos enseñó cómo su agencia vigilaba el comportamiento de los seguros en California para estimular la mejora, hay pruebas que lo apoyan, y la elección de los asegurados. Su propuesta es que el individuo, cada año al firmar la póliza, examine los datos y seleccione la que mejor se acomoda a sus necesidades. Es un modelo donde el consumidor puede ejercer su máxima libertad. Tiene sus inconvenientes, la principal, que es un obstáculo para la planificación sanitaria.

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