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El ocaso de los dioses

Una españa de ricos y otra de pobres

Resulta más que evidente hasta qué punto ciertos aspectos del sistema autonómico recogido en nuestra Constitución consagran una absoluta desigualdad entre las diversas autonomías, sobre todo en lo referido a la financiación y la solidaridad entre regiones. Entre el cupo vasco, el concierto navarro, las prebendas y canonjías de todo orden a Cataluña y el sistema electoral tan generoso con los partidos nacionalistas (hoy separatistas), es más que evidente que en manos de unos pocos se encuentra la llave de la gobernabilidad de España a costa de auténticas imposiciones, casi chantajes, que solo benefician a los nacionalistas en perjuicio del resto de España. Y como el nacionalismo-separatismo es insaciable; como se alimenta de los mitos; como educa a los niños en sus territorios inculcándoles la hispanofobia; como recrea insistentemente en sus medios de comunicación la idea de que España les roba; como tacha de vagos y pedigüeños a los españoles, especialmente andaluces y extremeños; como todos los gobiernos españoles del signo que fuera se han plegado dócilmente a sus exigencias bien con la amenaza del terrorismo, bien con la de la independencia exprés, bien haciendo casi imposible la gobernabilidad al negar sus votos para mayorías estables (PP y PSOE nunca se han planteado prescindir de las gabelas que el nacionalismo ha pedido a cambio de sus escaños); como llevamos casi cuarenta años así, tenemos una España de ricos insolidarios y otra España de pobres abandonados a su suerte. Y no pasa nada.

La Comunidad Valenciana, Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Asturias o Murcia, se han quejado de la discriminación que sufren a costa de los privilegios de las autonomías nacionalistas. Repárese que la Comunidad Valenciana es la que menos recibe del Estado, y, aunque gran parte de esa discriminación se debe a nuestros propios políticos autonómicos, tan obedientes ellos a Madrid cuando gobierna su propio partido, PSOE o PP (¿Ha osado el socialismo valenciano enfrentarse con Felipe González o con Zapatero; y el PP con Aznar o con Rajoy?), pese a ello, digo, las cifras y los datos no dejan margen a la duda. Un escándalo. Y todo esto en pleno siglo XXI, en una sociedad que se harta de predicar la solidaridad, las ayudas a quien más lo necesitan, el reparto equitativo de la riqueza y la preterición de bolsas de pobreza y subdesarrollo. Hace unos días leíamos con indignante vergüenza que Extremadura todavía no tiene su red de ferrocarril electrificada, sus trenes son los más antiguos de España, que se tarda casi seis horas en llegar a Madrid, el doble que por carretera, además de los innumerables retrasos. ¿Y eso por qué? Muy fácil, en Extremadura no hay brotes de independencia, no ha habido terrorismo, sus votos no tienen el mismo valor negociador con los gobiernos de turno, y, como en el caso de la Comunidad Valenciana, sus dirigentes políticos no se atreven a rechistarle a sus jefes de filas. Son muy obedientes a costa de la desprotección de sus propios ciudadanos.

Lo explicaba hace ya muchos años un periodista y escritor desencantado, casi al borde del nihilismo existencial, al referirse al uso del poder y las relaciones de jerarquía en las sociedades: en países en vías de desarrollo, como Marruecos, decía, el rey reprende a sus ministros, éstos se desahogan haciendo lo propio con los funcionarios y la policía, que a su vez castigan a la ciudadanía; entonces el marido maltrata a la mujer, la mujer a los niños y estos últimos se ceban con los animales. ¿Entienden ustedes dos de qué va la metáfora, cuál es el mecanismo de la frustración, las relaciones de jerarquía? Una España rica y bien tratada frente a la España pobre y castigada.

¿Dónde está la famosa y universal solidaridad comunista, populista, de la «gauche divine», buenista y transversal? ¿Dónde están los mecanismos de corrección de los partidos conservadores en aras a crear para una sociedad más igualitaria y justa? ¿Dónde están las sempiternas promesas de los partidos políticos, de sus dirigentes y dirigentas, al pueblo llano, a sus justas e inaplazables reivindicaciones? ¿Y esa supuesta sociedad civil reivindicativa, aquélla de «Refugees Welcome», la de los lobbies de la solidaridad? ¿Es que el tambor no es tropa; es que las regiones que callan deben sumirse en la melancolía y la resignación frente a esas otras que a base de violencia y chantajes consiguen lo que quieren? Llamamos a la solidaridad internacional al tiempo que se nos olvida la solidaridad propia. Las grandes reivindicaciones, las más nobles ideas, los gestos más solidarios quiebran cuando se trata de conservar el poder, cuando se pacta injustamente para mantenerse en el dominio. Gobierno central, comunidades autonómicas, diputaciones y ayuntamientos bailan con total impudicia la danza del reparto a despecho de una ciudadanía que los contempla con indignación y estupor. Y lo más grave de todo es que tanto los dirigentes nacional-independentistas de Cataluña y el País Vasco no han parado de desafiar a España, a todos los españoles, con la amenaza otrora la violencia y ahora con la secesión xenófoba y supremacista. España, los españoles, no deberían consentir estos privilegios. No deberían resignarse a una España rica a costa de otra España pobre.

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