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Juan R. Gil

¿Dónde está César Sánchez?

Me van a permitir los lectores que comience este artículo haciéndoles una petición. Si alguien tiene alguna pista sobre el paradero del presidente de la Diputación de Alicante, César Sánchez, rogaría que la pusiera en conocimiento de las autoridades lo antes posible. No es una broma, es importante. Puede que lo único que ocurra es que el también alcalde de Calp haya decidido tomarse una legislatura de descanso. Pero convendrán conmigo en que, si sólo es eso, es conveniente saberlo. Bastante enloquecidas andan ya las televisiones existentes y las que están a punto de venírsenos encima, como para que tengamos que reeditar el veterano «¿Quién sabe dónde?» a la busca del presidente perdido.

Me dirán ustedes: pero, hombre, si esta misma semana ha salido, si han publicado aquí que después de un año César Sánchez ha rectificado y ha anunciado que la Diputación se incorporará al Fondo de Cooperación Municipal de la Generalitat Valenciana, un fondo creado -¡por el PP en 1999, aunque nunca lo pusiera en marcha!- para compensar a los ayuntamientos por el gasto que hacen en servicios que no les corresponde prestar y al que la Diputación de Alicante fue la única en no integrarse cuando el ejercicio pasado fue por fin activado por el Consell. Pues, sí. Es verdad. Pero reparen en que Sánchez no compareció en carne mortal para explicar el asunto, sino que lo anunció a través de un tuit. Así que la pregunta sigue siendo igual de válida e inquietante: ¿Dónde está Sánchez? ¿Puso él el tuit o se lo pusieron? Como en el mejor thriller, ha llegado el momento en que necesitamos una prueba de vida.

Ironías aparte. César Sánchez fue un político que llegó a la presidencia de la Diputación, la mayor institución que el PP gobierna en la Comunitat Valenciana, de rebote. El sillón era para José Císcar, el presidente provincial del partido, pero las urnas depararon un resultado en el que la presidencia dependía del voto de Ciudadanos y el partido de Rivera le vetó. Así que a Sánchez le tocó la lotería sin haber comprado el décimo.

Eso no significa que no armara inmediatamente un discurso coherente y, si me apuran, hasta ilusionante, en tanto que planteaba una modernización en profundidad de una de las entidades políticas más poderosas que hay en esta comunidad. Pero aquello duró un suspiro. Se dejó hacer el gobierno, se dejó hacer el equipo, se puso a nombrar vicepresidentes de forma compulsiva y acabó pasando, de querer transformar la institución, a agudizar todos los vicios clientelares que históricamente ha padecido. Y luego, como dice el chiste, se fumó un puro; es decir, hizo mutis por el foro, se desentendió.

No ha habido ningún presidente de la Diputación, desde la recuperación de la Democracia, que no haya dejado huella relevante en esta provincia: Alperi, Valenzuela, Mira-Perceval, Julio de España, Ripoll, Luisa Pastor... Infraestructuras esenciales para el agua o las comunicaciones, hospitales, museos, auditorios... de todos se pueden anotar actuaciones fundamentales para el desarrollo de Alicante. César Sánchez lleva consumida más de media legislatura. Y no es que no haya hecho nada para inscribir su nombre en el mismo continuo histórico de sus predecesores, es que no hay nada que indique que lo va a hacer en el tiempo que queda hasta las próximas elecciones. Salvo que no quiera entrar en la historia por la puerta de los hechos, sino por la de las reclamaciones judiciales contra la Generalitat. En eso sí que ha sido activo. Aunque de nuevo quede la duda de si la iniciativa ha sido en todos los casos de él, o de su partido. Sea como fuere, si eso es todo, compartirán conmigo que no es mucho. Por cierto, ¿recuerdan la murga que dieron desde la Diputación al inicio del mandato con un proyecto de incierto provecho como era aquello de la Zona Franca? Tendrán que hacer memoria, porque ni siquiera de eso hablan ya hace tiempo.

Si hay algo que resume mejor que nada la situación de abandono político en que la Diputación se encuentra es el agua. Por mejor decir, la falta de ella. La Diputación ha sido siempre el principal actor en la lucha por conseguir los recursos hídricos que a esta provincia le faltan. Ahora estamos sufriendo una de las peores sequías que se recuerdan, con las reservas del Segura a menos del 13%, los campos sin regar y la posibilidad cierta, se diga lo que se diga, de futuras restricciones en el consumo humano. Miles de hectáreas en riesgo de perderse y dos industrias -la de los cultivos de exportación y la del turismo, tan sensible a estas cosas- bajo amenaza. ¿Dónde está la Diputación? Todo lo que sabemos de ella es ese mismo tuit del presidente ausente, donde se pedía a la Generalitat colaboración en el Plan de Infraestructuras de Agua, y una declaración institucional en un pleno de tres minutos. Punto y pelota. Ninguna acción política de peso en Alicante, València o Madrid. Ninguna convocatoria. Ninguna actuación relevante. Quién ha visto a esa Diputación que con Valenzuela le ganó en el Supremo un pleito al mismísimo Bono para conseguir más agua o que con Luisa Pastor le plantó cara a la todopoderosa Cospedal, y quién la ve ahora. Precisamente ahora, que es cuando más falta haría porque esta vez agua no tiene nadie, así que esto ya no va de sacar una pancarta pidiendo trasvases sino de volver a intentar un pacto de Estado para repartir los cada vez más escasos caudales, para completar la red de desaladoras y para fijar una tarifa asequible por el uso del caudal que éstas producen.

Sánchez llegó a la Diputación por azar y desde luego su propósito no es que sea su último destino. Císcar quiere su puesto y tiene toda la maquinaria en marcha para conseguirlo en 2019. Y él quiere el puesto de Bonig, aunque no ahora. Su ambición es ser el candidato del PP a la Presidencia de la Generalitat en 2023. Es una ambición legítima, qué duda cabe. Lo que nos tiene que aclarar es si hasta entonces pretende seguir jugando al escondite en los grandes asuntos. Él siempre ha sostenido que quiere quedarse en el Palacio Provincial un mandato más. Pero en su entorno han empezado a decir que su objetivo inmediato para salvar esos cuatro años que van del 19 al 23 es pasar la próxima legislatura en Estrasburgo de eurodiputado. O sea que, ante todo, relajación. Pues qué lujo.

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