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La atalaya

La pesadilla que no cesa

Volvió a la mente ayer la misma pregunta que apareció dos semanas antes. Fue escuchar que otro animal, esta vez en Vinaròs, se descerrajaba un tiro en la cabeza para acabar con su vida minutos después de haber matado a tiros a su expareja, y brotó la misma reflexión que sobrevino cuando conocimos el crimen de Jessica en Elda: ¿por qué razón no invirtió el orden y se dio un tiro él primero? La muerte de Catarina, víctima indefensa de otro cafre que andaba suelto y que viajó desde Alemania babeando odio, añade más terror a este infierno y nos devuelve a una pesadilla recrudecida con especial virulencia en la Comunidad Valenciana tras el asesinato de Jessica, a manos de ese loco que disparó con saña a la cabeza de su exmujer a sabiendas de que la ejecutaba ante su hijo, y con la atrocidad perpetrada en Alzira, donde otro salvaje degolló a una criatura de dos años para vengarse de su pareja. La escalofriante estadística, que reflejaba días atrás este periódico, agrava el nivel de esta epidemia que se mantiene instalada en la sociedad sin vacuna efectiva que la extermine. Nada menos que casi siete mil reincidentes, con tres mil cuatrocientas denuncias en la provincia de Alicante, elevan el problema a la categoría del terrorismo. La gravedad del asunto contrasta con la sensación de vulnerabilidad y soledad que pesa sobre las amenazadas, sin un programa efectivo que las proteja del peligro que las acecha, con aparente falta de recursos o personal para actuar con eficacia frente a esta lacra. Queda claro, a la vista está, que todavía no se alcanza a poner barreras a la locura de tanto descerebrado, así que no queda otra que insistir en la búsqueda de soluciones más efectivas. Al menos, la sociedad sí comienza a ser consciente de la gravedad del asunto. Por ahí comienza la esperanza.

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