Cuarteto HagenTeatro Principal de Alicante.

5 estrellas

Obras de Beethoven, Weber y Schumann. Sociedad de Conciertos

Visto lo que se ve por la vida en el día a día no me pueden negar que, entre los muchos méritos que hay que reconocerle al Cuarteto Hagen, está el de haber conseguido que una formación basada en cuatro -después tres- hermanos se haya mantenido a ese nivel durante tantos años. Desconozco cuál es el enfoque en su forma de trabajar, pero tengo claro que debería ser objeto de estudio, si no lo ha sido ya, por parte de psicólogos, sociólogos, etc. No vayan a creer, sin embargo, que mi relación con el Hagen ha sido siempre de admiración sin condiciones. El problema surgió cuando, acostumbrado yo al Cuarteto Borodin, cayó en mis manos un atractivo cd con cuartetos de Shostakovich por el cuarteto austriaco. Fui directamente al trilladísimo y versionadísimo Octavo Cuarteto y la versión me pareció frívola. Admirable, pero frívola. Me desentendí entonces del Hagen porque, si me permiten la paráfrasis, es tan corta la vida y tan grande la oferta. Sin embargo, muy lejano a la frivolidad fue el concierto que nos ofreció el pasado martes dicho cuarteto en el Teatro Principal de Alicante dentro de la temporada de Sociedad de Conciertos. ¿Y por qué? Porque el riesgo en darlo todo fue mucho mayor que la preocupación por el control absoluto. Que los tempos se hayan apaciguado desde sus primeras grabaciones no está reñido con que la libertad de la expresividad como fin último domine la intención interpretativa. Esto, no me lo pueden negar, es algo inherente a ir ganando años. Igualmente maravillosa fue su versatilidad en ofrecer con la misma definición el Cuarteto número 4, Op. 18 Nº 4 en do menor, de Beethoven, que los Cinco movimientos para cuarteto de cuerda Op. 5, de Anton Webern. O lo que se pudo disfrutar de ellos hasta que en los dos últimos un móvil volvió a sonar ¡una vez más! Insistentemente mientras que los posibles responsables del desaguisado miraban, como inculpando y como si no fuera con ellos, a los de su alrededor. La segunda parte estuvo dominada por el hermoso y delicado Cuarteto nº3 en la mayor, Op. 41 nº 3, de Robert Schumann en una interpretación muy enfocada en recrear la riqueza rítmica y tímbrica tan característica de la obra schumaniana. Tremendamente emotivo e intenso fue, por fin, el bis que ofrecieron: el movimiento lento del Primer cuarteto de Schumann. Y es que no pude evitar, y no me pregunten por qué, que después de esa música durante toda la noche me rondara una frase del Caruso de Lucio Dalla: "È una catena ormai Che scioglie il sangue dint' 'e 'vvene sai". En fin, cosas de la transversalidad de la música.