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Joaquín Rábago

El dichoso automóvil

He de confesar que sólo he tenido coche una vez en mi vida profesional: cuando vivía en EEUU, donde me era absolutamente necesario.

Cuando trabajaba en Bonn, iba siempre a la oficina en bicicleta, con la que me daba además en mis ratos libres deliciosos paseos por las orillas del Rin.

Más tarde en la Viena socialdemócrata aproveché el excelente sistema de transportes públicos, tanto el metro como los autobuses, para mis diarios desplazamientos.

Lo mismo hice en Suiza, país cuyas ciudades están perfectamente conectadas por ferrocarril y donde es posible llegar además en autobús a la aldea más elevada de los Alpes o al valle más profundo.

Tampoco tenía sentido tener coche propio en Londres, ciudad inmensa de tráfico denso pese a las fuertes restricciones, pero dotada por suerte de un eficaz sistema de transporte público.

Y ahora en Berlín he llegado a la conclusión de que lo más rápido y sensato, además de barato si uno tiene un abono mensual, es moverse en autobús o metro.

No entiendo el empecinamiento de tantos compatriotas en utilizar para todo su coche, soportando los atascos que hagan falta y sin que parezca importarles la contaminación que así generan.

Se habla estos días mucho de la "boina" de Madrid, que se extiende desde la capital por toda la región, con consecuencias, no por invisibles, menos perniciosas para la salud de quienes allí viven.

Y es indignante que los Ayuntamientos tengan tanto miedo de adoptar medidas más drásticas para limitar la circulación en las zonas urbanas, más preocupados al parecer por las próximas elecciones que por la salud de los ciudadanos.

De ahí que uno no pueda menos de admirar a la teniente de alcalde de Oslo que desea prohibir los autos y los aparcamientos en el centro de la capital para permitir que circulen sólo los autobuses sin conductor.

La ecologista Lan Marie Nguyen Berg, que se desplaza personalmente en bicicleta por la capital noruega, quiere no sólo sacar del centro los coches particulares sino también reducir en un 20 por ciento el tráfico rodado en el resto de la ciudad.

La teniente de alcalde reconoce que siempre habrá gente que proteste, pero explica que la mayoría de los 600.000 vecinos de Oslo ya no utilizan el coche para ir por ejemplo de compras.

A partir del año 2024, si los ecologistas logran su ambicioso objetivo, ningún coche con motor de combustión podrá circular en todo Oslo.

Es cierto que en su centro vive sólo un millar de personas, de las que un tercio no tiene coche, pero son más de 90.000 las que van allí diariamente a trabajar y tendrán que desplazarse en adelante en autobús.

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