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Joaquín Rábago

Corrupción y perdón de los pecados

Publicaba el otro día un artículo en el semanario alemán Der Spiegel sobre la corrupción en Baviera que me ha hecho pensar inmediatamente en nuestro país.

Hablaba el articulista de su sorpresa, tras dejar hace unos años Berlín para vivir en Múnich, al ver cómo un caso grave de corrupción del jefe del grupo parlamentario de la CSU bávara no le pasaba factura al partido.

La prensa había denunciado una y otra vez el nepotismo en el que había incurrido aquel político cristianosocial, y hubo quien pensó que, dada su gravedad, podría por fin la CSU perder por primera vez su hegemonía en ese "land" del sur de Alemania.

Pero ocurrió lo contrario: la CSU de Horst Seehofer, todavía hoy su líder, logró entonces, con un 47,7 por ciento de los votos, uno de sus mejores resultados.

La conclusión del periodista es que lo mismo entonces que hoy, cuando parecen más vulnerable por la aparición por su derecha de la xenófoba Alternativa por Alemania, la CSU resistirá cualquier embate.

Su histórico dirigente Franz-Josef Strauss recibió también, según se ha escrito, fuertes comisiones y dinero en B de empresas como BMW y personajes como el empresario Friedrich Karl Flick, conocido en España por sus donaciones al PSOE de Felipe González.

La católica Baviera es con seguridad el "land" más conservador de Alemania, y el articulista argumenta que eso tal vez explique la menor repercusión que tienen allí los casos de corrupción frente a lo que sucede en otras partes del país con mayor presencia del protestantismo.

La política en ese land tiene además mucho de folclórico: no hay político que no acuda a las fiestas populares con pantalones de cuero y dispuesto a echarse al coleto la cerveza y todo el codillo que hagan falta.

No he podido evitar relacionar el caso bávaro con lo que sucede también en un país católico como el nuestro, donde casos de corrupción aún más graves, denunciados una y otra vez por la prensa, no impiden que el PP siga siendo el partido más votado.

Los dirigentes del partido más inmerso en la corrupción minimiza aquí lo ocurrido, argumentando que nadie está libre de pecado y que los electores además ya los han juzgado.

Y muchos votantes deben de pensar que todo eso es cierto y basta que el pecador acuda a confesarse y rece luego un par de padrenuestros para quedar absuelto. ¡Ay, ese catolicismo!

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