La adicción es una de las patologías más destructivas que existen. Se trata de una enfermedad crónica, para la cual se han probado multitud de tratamientos a lo largo de la historia con resultados dispares. En mi experiencia personal a lo largo de dos décadas poniendo en práctica diferentes procedimientos, he encontrado que existe un enfoque realmente eficaz: aquel que promueve cambios no sólo en las conductas, pensamientos y sentimientos del paciente, sino también de sus seres cercanos.

Este método, muy próximo al enfoque gestáltico y al sistémico, entiende que la adicción no es una enfermedad que surge en una persona, sino en la relación entre personas. Así, el adicto es tan sólo el sujeto en el cual aparecen los síntomas de la enfermedad; es él quien realiza el consumo de la sustancia o la conducta adictiva (juego, compras, sexo, trabajo etc.), pero es la familia o sus seres cercanos quienes presentan también comportamientos propios del codependiente, tales como los conflictos frecuentes, los reproches, la victimización, la culpa, la ansiedad generalizada, la represión, etc.

Efectivamente, la familia del adicto acostumbra a reprocharle, a tratarle como un «vicioso», a culparle de su enfermedad, a ocultar sus propios problemas bajo la sombra de la enfermedad de éste; y su estado de ánimo depende cada vez más de la conducta del adicto: «Ya me siento más tranquilo porque mi hijo lleva más de una semana sin consumir». Esa dependencia significa que la adicción «arrastra» a todos.Por ello, el tratamiento de la familia es, en mi opinión, más importante si cabe que el del propio adicto, en el sentido de que el cambio de la familia podría, por sí sólo, «remolcar» al adicto hacia su recuperación. Se trata, como decíamos de una enfermedad que se da en la relación. En algún momento del desarrollo del adicto, la relación con sus familiares enfermó. Poco a poco fue sintiéndose incapaz de alcanzar su autonomía, o quizá los padres no estaban preparados para permitir que su hijo -por ejemplo- «volara del nido».

Esto no ha de confundirse con la culpa; nadie es culpable del desarrollo de una adicción, por lo tanto, no tiene sentido enfadarse o desesperarse cuando un adicto consume; lo eficaz, de hecho, sería ayudarle. Digamos para expresarlo con más claridad que, enfadarse cuando un adicto consume sería parecido a reprochar a un epiléptico por padecer un ataque. Para alcanzar la abstinencia es necesario en muchas ocasiones, que los seres cercanos identifiquen y trabajen sus propias dificultades.