A los sufridos alicantinos nos han echado un mal de ojo. Dios sabrá qué pecado cometimos para merecer este castigo. Y es que no hay manera de que, quien ocupe la alcaldía, tenga la virtud que se exigía a la mujer del César. Digo yo que habrá otras maneras más beneficiosas de situarnos en el mapa, bien distintas a este escarnio público al que estamos sometidos desde hace ya un buen tiempo. Porque una cosa es respetar la presunción de inocencia ?¡faltaría más!? y otra, bien distinta, poner en juego el interés común. Por uno u otro motivo y con mayor o menor relación con decisiones judiciales, Alperi y Castedo dieron el paso adelante y abandonaron la alcaldía. A Echávarri, sin embargo, parece faltarle coraje. O vergüenza, quién sabe.

En opinión del portavoz de Guanyar y ex vicealcalde, Miguel Ángel Pavón, tenemos un alcalde triste e indigno. No le faltan motivos para pensar así, aunque quizás puedan matizarse los términos. Si la vida del primer edil es más o menos penosa, es una circunstancia que se restringe al ámbito de lo personal. Ahora bien, Alicante languidece con todo lo que está sucediendo y esa ya es otra historia que sí nos interesa a todos los alicantinos. En cuanto a la dignidad, desconozco si el alcalde la tuvo, la tiene o la tendrá. Para ser sincero, me importa un rábano. Pero quien seguro la está perdiendo es la propia ciudad de la que se sirven quienes debieran preocuparse por servirla. Razón lleva Pavón cuando insiste en que Alicante necesita recuperar la dignidad. Ya es hora.

«Se abre un tiempo nuevo», asegura quien alcanzó la alcaldía con el menor apoyo ciudadano de la democracia. Porque, habrá que recordarlo, Echávarri apenas recibió el votó el 20% del electorado. Obtuvo los peores resultados de un socialismo alicantino al que insiste en arrojar al fondo del abismo. Por tanto, no puede investirse de legitimidad electoral, porque no la tiene. Lo sentaron en el sillón como resultado del ménage à trois al que se refieren como pacto de progreso (¿?) y que ha terminado como el rosario de la aurora. Un par de años han sido suficientes para evidenciar el fracaso. De lo ideológico poco más se ha visto que grandilocuentes declaraciones y algunos brindis al sol, que incluso han acabado por evaporarse a la mínima de cambio. Ahí tienen la concejalía de Protección Animal, que desaparece con la ruptura del acuerdo de gobierno y después de haber dado la murga hasta el hartazgo. Y en cuanto al progreso, cada uno juzgue si hemos ido a mejor. Con un alcalde doblemente investigado y un tripartito donde cada uno barrió para casa desde el primer día, poco más se ha visto.

En fin, supongo que nos esperan tiempos muy eficientes porque, a la vista de cómo queda el chiringuito municipal, ahora bastarán seis ediles para dirigir el barco. Dicen, con cierto entusiasmo, que no tienen miedo a trabajar. Pues me alegro mucho porque para eso les pagamos. Con el recorte de concejales, la pregunta es de cajón: ¿sobraban antes o faltarán ahora? Vaya, si con tan pocos mandos pueden gestionarse los intereses de más de 300.000 ciudadanos, no tendría lógica alguna incrementar su número en próximas legislaturas. De ser así, Echávarri pasaría a los anales de la historia de la gestión pública. Claro está que también tendría que justificar por qué diablos nos habríamos gastado un pastón en mantener a los anteriores ?que, por cierto, quieren mantener sus sueldos en la oposición?, si no eran tan necesarios. Ahora bien, sin ánimo alguno de desmerecer a la actual Junta de Gobierno, es comprensible que algunos andemos preocupados ante la posibilidad de que el experimento falle. Porque, si el invento no acaba de cuajar y la ciudad profundiza aún más en el caos, supongo que no quedará otra que acabar reclamando al maestro armero ¿verdad?

Así parece porque ya se ha adelantado el propio alcalde. Advierte que no aceptará quejas de lo que otros hayan hecho o dejado de hacer. En otros términos, vayan haciéndose a la idea de que ponen el cuentakilómetros a cero y empezamos de nuevo. Balones fuera y ni se les ocurra hacer objeción alguna porque estos quieren aparentar ser otros, aunque el alcalde siga siendo el mismo. Antes nos contaron lo de la herencia del PP; ahora, la culpa de todos los males será de Guanyar y de Compromís. Luego le tocará al cha-cha-chá porque cualquier excusa es buena para no asumir responsabilidades. Mientras tanto, Echávarri saliendo de rositas y los alicantinos sin disfrutar de unos servicios acordes con lo que tributamos. Pues vaya coña.

Con la que está cayendo, el alcalde dice que no encuentra razones para dimitir. Ya ven, siempre la misma matraca, incluso entre quienes prometieron cambiar el estilo de gobernar. Tan obstinado está en mantener la vara de mando, que incluso quiere convencer a los niños y alega que solo dimite quien «ha robado, engañado y mentido». Quizás el error se encuentre en el método de reflexión utilizado. Busca motivos en lo personal y es evidente que no los encuentra. Supongo que la razón será el dichoso síndrome de Dunning-Kruger, esa incapacidad innata que sufren los incompetentes para detectar su propia inutilidad. Ya saben que es un defectillo característico de muchos políticos. En el caso de Echávarri bastaría con que se aplicase el mismo rasero con el que medía a su antecesora. Ahí falla porque, cambiando de opinión ?ahora me conviene, ahora no- cae en el engaño y la mentira, que él mismo considera como motivos de dimisión. Ya tiene razones.

Decía que es un problema de método. Salvo honrosas excepciones, los políticos suelen valorar este tipo de decisiones en base a cómo les afectan individualmente y no a la repercusión colectiva. Es evidente que Echávarri no ha evaluado el daño que su terquedad produce en aquellos a quienes representa y a cuyo servicio se debe. No importan sus razones personales, sino las que inciden en todo el municipio. Pero parece que al alcalde le cuesta considerar el perjuicio causado al resto de sus conciudadanos. O quizás sea incapaz de percibir que su ausencia sería fácilmente reemplazable. Ni la ciudad merece el descrédito y el caos que se prevé en el corto plazo, ni nadie en la corporación municipal ha demostrado suficientes virtudes como para ser insustituible.

En fin, hay muchas razones para dimitir, aunque solo una debería ser suficiente para decidirse a hacerlo: el respeto por Alicante y los alicantinos. Lo de la dignidad personal, ya es cuestión de cada uno.