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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

La ambigüedad calculada

Tampoco se debe pedir coherencia a los políticos y la honradez está muy sobrevalorada, todos los saben, pero una miajita ideología no estaría mal, de forma tal que el presunto votante supiese por dónde va su rollito

He tenido unos cuantos amigos políticos. Eran otros tiempos y otra forma de hacer política y a pesar de ello uno de mis maestros me advertía constantemente que no hay amistad posible entre periodista y político, porque los sentimientos van en detrimento de la profesión. Es cierto, ahora lo veo de otra manera, pero hace un montón de años, cuando empezaba en esto, era un poco más ingenuo, un tanto más confiado y hasta un pelín más humano, cualidades todas que se te quitan con un buen baño de realidad. El caso es que he tenido amistad con políticos muy políticos y mucho políticos ?que diría Rajoy- de uno y otro lado y algunos incluso tuvieron a bien morirse sin defraudarme, lo que está mal porque les echo de menos y bien porque siempre cabe la posibilidad de que no sean un mirlo blanco en su especie.

Fundamentalmente la decepción que un ser ingenuo y virginal tiene cuando conoce a los políticos en su salsa es que nada es lo que parece. No es que sean marcianos aunque algunos lo parezcan, de hecho algunos conductores de autobús tampoco son lo que parecen y afamados doctores en sus ratos libres -cuando no interpretan las «Variaciones Goldberg» o guisan un pichón al chocolate- devienen en afamados asesinos en serie. Tampoco se debe pedir coherencia a los políticos y la honradez está muy sobrevalorada, todos los saben, pero una miajita ideología no estaría mal, de forma tal que el presunto votante supiese por dónde va su rollito.

Lo malo es que los políticos renunciaron hace años a la ideología, que les suponía una horma muy rígida para unos zapatos que querían volar con libertad y ora cautivar a los moderados ora entusiasmar a los radicales, y hasta a veces quedar bien con los dos. Surge así el posibilismo y la política marxista grouchista, esa cuyo eslogan es «Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros». Una estrella de esa forma de hacer política, un auténtico estandarte de la ambigüedad calculada es la alcaldesa de Barcelona, doña Ada. DoñAda ?permítanme el apócope, es por ahorrar letras- es la maestra indiscutible del ni sí ni no sino todo lo contrario, la que es capaz al mismo tiempo de jugar al independentismo y al anti-independentismo, a dios y al diablo a la vez. No conozco su biografía más allá de la utilización que hizo para medrar de las plataformas contra los desahucios, en realidad es posible que su historia personal empiece y acabe ahí, pero mala carrera no lleva.

Es pues DoñAda la estrella del posibilismo político, en el que era maestro Iglesias antes de que fuera empotrado entre el PSOE y C's, con cada vez menos espacio para jugar a sus típicas indeterminaciones. Les recuerdo que llegó a calificarse a sí mismo como socialdemócrata a ver si se comía también a los socialistas por la derecha. Ahora ya con lo de Cataluña no debe saber el pobre ni quién es ni qué hace aquí y con el paso al frente de Colau ni le querrán allí ni aquí, con lo que debería hacérselo mirar porque va de derrota en derrota hasta la hecatombe final. Como se le vayan Garzón y los aguerridos comunistas de colmillo retorcido, le veo de extraparlamentario o como mucho dispuesto a emular a la Izquierda Unida liderada por el Califa, en la que hacían la pinza con Aznar para echar a Felipe del poder. Poca chicha para quien quería conquistar la Luna.

No es que el resto de los partidos sean menos sensibles a los cambios de opinión, todos adaptan sus velas al viento cambiante, lo que resulta raro es ver al currito político que hoy defiende A y mañana no tiene reparos en defender B, criticando A como si le fuera la vida en ello. Imagino yo que el cerebro de uno de estos políticos o es macizo como una pelota de caucho, y por tanto imposible de penetrar por ideas ajenas, o esponjoso como una tapa de callos y tan adaptable a lo que mandan sus jerifaltes como desvergonzado a la hora de defender la última tesis del último argumentario. Pasar vergüenza propia o ajena y dedicarse a la política son conceptos absolutamente incompatibles, como comer sin engordar.

No sé si Vd. tiene algún amigo político, es posible que sí porque son numerosos como las arenas en la playa y tan persistentes como las plagas de Egipto. Si la respuesta es positiva les pido que le abracen, porque él también se siente solo, como Bambi después de que el cazador se hiciera un ragú con su madre. No tiene toda la culpa de las incoherencias ni del posibilismo estudiado de sus líderes, ni siquiera de sus pasos de baile de izquierda a izquierda, derecha a derecha, adelante y atrás, un dos tres. Si no le aman como político, que eso ya sería llevar el mandamiento del amor al prójimo un poco lejos, ámenle como ser humano, intenten encontrar esa cualidad que tendrá tan escondida como una perla en los arrecifes del Caribe. Y después de abrazarlo no le voten, no sean memos, que una cosa es querer a los animales y otra dejar, por no protestar, que se te coma una boa constrictor.

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