La riqueza de nuestro idioma, en muchas ocasiones nos depara que una sola palabra pueda tener distintas acepciones, tal como acaece con dos de ellas. Me refiero a puchero y pucherazo, la primera de las cuales, indistintamente puede servir desde para definir un tipo de recipiente generalmente de barro, hasta el gesto que antecede a un llanto, pasando por calificar al alimento diario o a una especie de cocido. La segunda de estas palabras está más limitada en su significado, pues bien podemos estimar que podría servirnos para referir un golpe dado con un puchero, o lo más cotidiano que es el calificativo que se da a un fraude electoral para cambiar el resultado del escrutinio de la votación. Método éste que, como hemos podido comprobar recientemente aún sigue en práctica en algún tipo de referéndum que no gozaba con todas las bendiciones necesarias. Este método fraudulento de manipulación pudo tener su origen en la Restauración Borbónica, para facilitar el cambio político basado en turnos entre liberales y conservadores, y que para ejecutarlo todo se reducía a esconder algunas papeletas en un puchero y echar mano de ellas añadiéndolas en caso de ser necesario, o bien sustraerlas de la urna. En nuestro caso será lo sucedido en primer lugar, y ocurrió en una elección parcial para diputado por el distrito de Orihuela, en 1919. El año anterior, las fiestas navideñas que, en muchos hogares se debieron de ver nubladas por la pérdida de algún ser querido debido a la famosa «grippe», abrían el telón del nuevo año en el que se habían puesto los ojos en las elecciones a diputado a Cortes por este distrito, al haber quedado vacante el 13 de diciembre de 1918, por haber aceptado Manuel Ruiz Valarino, hijo de Trinitario Ruiz Capdepón, el cargo de gobernador civil de Álava, cargo que desempeñaría después en Mallorca y Toledo. El valenciano Manuel Ruiz Valarino, capitán de corbeta, perteneciente al Partido Liberal Demócrata de Manuel García Prieto, fue elegido en cuatro ocasiones como diputado a Cortes por Orihuela (legislaturas de 1910, 1914, 1916 y 1918). En la última de ellas causó baja, como decía, siendo sustituido por José Lázaro Galdiano. Debido a su alejamiento de Orihuela, dicho distrito se veía huérfano en las Cortes, teniendo que recurrir para algunos asuntos a Luis Barcala Cervantes, diputado por Casas Ibáñez (Albacete) y al torrevejense Joaquín Chapaprieta Torregrosa, que había desempeñado dicho cargo hasta dos años antes por La Coruña.

Al inicio del año 1919, todavía la sombra de la «grippe» acechaba sobre Orihuela, y era frecuente que entre aquellos que se vieron afectados y no habían pasado a mejor vida, que se achacara a dicha enfermedad la caída del cabello, anunciándose para contrarrestarlo en El Conquistador el «portentoso líquido Riquelme que cura toda clase de calvicie», a 7 pesetas el frasco.

Adentrados en 1919, la vida política en Orihuela tenía puestos los ojos en la elección parcial de diputado por su distrito, que se llevó a cabo el 23 de marzo, en la que se enfrentaron Luis Barcala Cervantes y José Lázaro Galdiano, saliendo electo el primero de ellos en el término municipal oriolano por 2.287 votos contra 1.915, y en el resto de pueblos del distrito por 3.426, contra 3.324. Como era costumbre se volvió a dar algún pucherazo, concretamente en Molins (distrito 6º, sección 3ª), en que Nicolás Soto Soler, empleado del ayuntamiento introdujo un paquete de papeletas a nombre de Lázaro Galdiano, de manera que aparecieron 35 papeletas más que votantes, pero al detectarse la anomalía, resultó que de los 114 votos asignados a éste había que restar 35, dando 79 para él y 110 para Barcala. Con lo cual este último quedaba proclamado como diputado por el distrito oriolano. Este es uno de los tantos ejemplos de esta práctica fraudulenta, que debió de arrancar algún llanto precedido por un puchero en los seguidores de José Lázaro Galdiano.