Los que ninguneaban el conflicto catalán, o incluso decían que Cataluña era una autonomía más y negaban la conveniencia de cualquier asimetría -que Euskadi y Navarra tienen- deberían reflexionar. Ahora todo está paralizado a la espera del resultado de unas elecciones catalanas que se presentan inciertas y no es seguro que resuelvan el problema. Confundir los deseos con la realidad -por parte del secesionismo catalán y del nacionalismo español- han llevado a Cataluña y a España a un endemoniado laberinto.

El gobierno Rajoy está a la espera de aprobar los presupuestos del 2018. Necesita el apoyo del PNV que Urkullu no podrá dar si el laberinto catalán no se despeja. Y de los presupuestos dependen las expectativas y el crecimiento del PIB. El PSOE -pese a los avatares judiciales de la Gürtel- está paralizado en su labor de oposición, aunque apuesta por rentabilizar el sentido de Estado demostrado al apoyar la aplicación del 155.

Todo lo contrario de Podemos que nota la erosión de Pablo Iglesias que no se debe únicamente a la crisis catalana. La agitación verbal tiene límites. Rivera capitaliza en las encuestas la reacción airada de España contra el separatismo pero constata que el pacto -siempre difícil- entre el PP y el PSOE sigue siendo clave. Como mínimo ve contento que, al menos en las encuestas, se va confirmando como el tercero en discordia.

Pero lo relevante será lo que digan las urnas el 21-D. En el parlamento anterior, el independentismo superaba, con 72 diputados, la mayoría absoluta de 68 escaños. 62 eran de la coalición Junts pel Si, formada por el PDeCAT (la antigua CDC) y ERC, y 10 de los antisistema de las CUP. Ahora el independentismo admite errores -el principal declarar la independencia sin tenerla preparada-, está más dividido que antes ya que ERC se presenta por su cuenta mientras que el PDeCAT patrocina una lista Puigdemont, bautizada curiosamente como Junts per Catalunya, mientras las CUP siguen a la suya.

El secesionismo rectifica poco

Si las tres listas independentistas retienen la mayoría absoluta, lo más probable es que siga el bloqueo político. Primero porque, pese a sus graves diferencias políticas, personales y grupales, pueden volver a coaligarse, aunque sea de forma más inestable. Segundo, porque, aunque vienen a admitir que con el 47,8% del 2015 no tenían mayoría suficiente, no presentan un programa diferente de futuro y no hacen ninguna revisión de fondo sobre su gran fracaso: el éxodo empresarial y la ausencia de todo reconocimiento internacional. La internacionalización del conflicto -en la que tanto invirtió la Generalitat- sólo ha servido para que Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, hablara en Salamanca del «veneno del nacionalismo».

Si el secesionismo suma es casi seguro que volverá a las andadas ya que en sus listas no se percibe ninguna nota revisionista. El PDeCAT ha abjurado de su líder más moderado - Santi Vila que dimitió por oponerse a la declaración de independencia- y se ha puesto a las órdenes del maximalista Puigdemont, que lleva de segundo a Jordi Sánchez, el activista de la ANC actualmente encarcelado por la juez Lamela. No hay rastro de inflexión y parece que el único objetivo de la antigua CDC sea competir en populismo nacionalista con ERC y conseguir más votos para evitar quedar subordinados a los republicanos (aunque sea al precio de asumir su maximalismo).

Y en ERC se percibe un encastillamiento ya que Oriol Junqueras propone como presidenta de la Generalitat -si ERC es el primer partido y él no puede asumir el cargo- a Marta Rovira, la secretaria general del partido, que pese a ser su fiel escudera se plantó tras el 1 de octubre exigiendo, a Puigdemont y también a Junqueras, no dar ningún paso atrás en la declaración de independencia.

En estas condiciones -lucha intestina en el separatismo y más radicalización que revisión- es probable -pero no seguro- que pierda la mayoría absoluta. Y es que en el electorado catalán la repulsa al centralismo puede pesar tanto o mas que la desconfianza en el independentismo tras su grave fracaso.

Pero las encuestas dicen que, aunque el separatismo pierda la mayoría, será muy difícil que los tres partidos constitucionalistas -PP, C's y el PSC de Iceta- tengan suficientes diputados para formar una mayoría alternativa. La llave la tendría la coalición de los comunes de Ada Colau y Podemos, con el pragmático Xavier Domènech como primero de lista.

¿Habrá fenómeno Iceta?

No parece que los comunes -por su indefinición sobre la independencia- ni el PP, vayan a subir mucho. Por el contrario C's (25 escaños ahora) y el PSC (16) tienden ligeramente al alza, aunque esta corriente se puede incrementar si el secesionismo no logra taponar la desconfianza y el desencanto -que se puede traducir en abstención- que afecta a parte de sus tropas.

Tanto la subida de C's como del PSC debilitaría al independentismo, pero además se percibe un fenómeno novedoso que podría alterar las previsiones. Y es que Miquel Iceta ha incorporado a la lista del PSC a personas democristianas provenientes de Unió Democrática de Catalunya, el partido que estuvo coaligado con CDC hasta que Mas abrazó el independentismo. Y la incorporación del catalanismo moderado - Ramón Espadaler que va de número tres en la lista socialista fue conseller de Artur Mas hasta la radicalización de CDC- está haciendo más transversal la candidatura de Iceta que podría sumar a los votos socialistas los de un sector de las clases medias que tradicionalmente desconfiaba del PSC y votaba a la CDC centrista y pragmática de antes.

Iceta y Espadaler repiten que ahora las diferencias entre democristianos y socialdemócratas no son relevantes porque la única clave de estas elecciones es el rechazo a la independencia y el objetivo de más autogobierno. En este sentido una parte del empresariado catalán cree que el éxito de Iceta el próximo 21-D ayudaría a desbloquear la situación ya que el candidato socialista -que apoya el pacto constitucionalista de PP, PSOE y C's en Madrid- repite que en Cataluña la política de frentes, de bloque contra bloque, no es la solución. Además apuntan a que su carácter pactista y sus contactos en Madrid -no sólo Pedro Sánchez y el PSOE sino también la relación tejida con Soraya Sáenz de Santamaría- podrían facilitar pasos tangibles hacia una relación menos tensa entre los dos gobiernos.

No se descarta la repetición de

elecciones

Pero no son unas elecciones nada normales, de aquí al 21-D pueden pasar muchas cosas y luego lo más probable es que la elección del futuro presidente catalán sea laboriosa. No se descarta incluso que las elecciones -con siete partidos o coaliciones en liza- arrojen un resultado tan complicado que obliguen a su repetición. Como ya pasó tras las legislativas españolas del 2015.

En este caso la política española acumularía un tiempo muy excesivo de parálisis. Primero por el paso de dos a cuatro partidos en España y las siempre difíciles relaciones PP-PSOE. Luego por la crisis catalana que se arrastra desde antes de la sentencia del 2010 sobre el Estatut.