El desafío secesionista ha puesto de relieve la importancia emocional de los símbolos, de las banderas. Vemos calles y plazas llenas de gentes que las enarbolan y que, a menudo, las conciben como proyectiles lanzados al viento. En España, desde la Transición, no se habían visto tantas banderas, que lejos de unir y representar, fungen como estandartes de banderías que separan y dividen.

La bandera española ha permanecido durante mucho tiempo a la sombra, contaminada por el abuso que de sus colores hizo la dictadura franquista. La izquierda de entonces la aceptó, con su escudo distintivo, a regañadientes, como una concesión más en aras de llevar a cabo una Transición pacífica, lo que incluía la aceptación de la monarquía. De manera que durante décadas ondeó solitaria, a ritmo oficial, casi oculta y ?por qué no decirlo? despreciada por parte de la población. El franquismo nos condenó a no poder sentirnos orgullosos de ella, incluso a recatarnos a la hora de pronunciar el nombre de España, a la que representa.

El efecto independentista ha sacado a la calle la bandera de España, que luce, aquí y allá, colgada de los balcones, ondeando en manifestaciones, a hombros de la gente, incluso en el corazón de Barcelona (que?por cierto, si algo saca de quicio al Sr. Pujol, es tener que pasar por lo inesperado: que cientos de miles de personas abarrotaran pacíficamente sus calles con banderas españolas; no creo que lo pudiera resistir).

Puede detectarse, en este intenso revival, la reacción españolista al abuso de la estelada, bandera contra bandera: una, la estelada, que no representa a Cataluña, ni es el símbolo de un pueblo, ni siquiera de una sociedad, sino de un bando; otra, la española, que algunos enarbolan como arma, despreciando su valor de ser símbolo de concordia. Porque el desprecio a la bandera española tiene que ver con el relato, orquestado por el secesionismo y explotado por una cierta izquierda victimista, vinculada al republicanismo, de que la Transición fue una farsa, que el franquismo persiste, que España no es una democracia y que la bandera ?y la propia realidad de España? es propiedad de la derecha y de la monarquía.

Nada de ello es cierto, por supuesto. Pero si queremos que la bandera de España exprese un proyecto compartido hemos de conseguir que, al invocarla, invoquemos el anhelo de una España solidaria, igualitaria, patrimonio de todos, símbolo de concordia. Frente al exceso nacionalista, están la sociedad, las personas y sus problemas, la cohesión social y territorial.

La concordia entre españoles y españolas tiene que estar en primer lugar en la agenda política que se avecina. No se podrá alcanzar el deseado consenso, para llevar a cabo la reforma de la Constitución, si no somos capaces de estar a la altura de quienes llevaron a cabo la tarea de poner fin a la dictadura y encaminar a España hacia la democracia, hoy por fortuna consolidada y universalmente respetada. Tenemos, pues, que construir un gran consenso constitucional desde la lealtad al Estado Social y Democrático de Derecho, a los diferentes Estatutos de Autonomía que albergan nacionalidades y regiones, junto con sus banderas.

Cataluña ha sido un fracaso político sin precedentes, pero ha esparcido la semilla de la división. Para recuperar la concordia hay que romper con la dialéctica del frentismo, el enfrentamiento entre bloques políticos o emocionales irreconciliables. Se trata, pues, de construir un gran acuerdo para responder al reto de gobernar la diversidad, porque ?como ha dicho Pedro Sánchez ante el Comité Federal el pasado fin de semana? quien no sabe gobernar la diversidad no puede gobernar España. Y tal vez se podría añadir lo siguiente: que quien no lucha contra la brecha de la desigualdad ?que es caldo de cultivo que alimenta el exceso nacionalista? no hace otra cosa que atizar las llamas de la división.

Las banderas suscitan emociones, que a veces habitan en las tripas. Restablecer su función de ser símbolos de concordia, sin complejos, sin identidades excluyentes, sin monolatrías, es un paso adelante en la tarea anudar voluntades.