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Crónicas precarias

Huelgshka

Lo tengo claro: voy a colocar en la estantería de mi cuarto una foto de las cajeras de Bershka. En concreto, de las que trabajan en los establecimientos que esta marca tiene en Pontevedra y se han pasado nueve días en huelga para exigir mejoras laborales. Tras unos años durísimos en los que hemos escuchado hasta la náusea que quejarse es de vagos lloricas y que cuidadito con ponernos demasiado reivindicativos, unas cuantas trabajadoras han decidido que ya está bien de aguantar mamarrachadas y le han plantado cara al todopoderoso Inditex. Spoiler: les ha salido muy bien. Unas valientes, bravo por ellas. Al final va a resultar que las huelgas y las protestas sí sirven para algo.

Desde el sillón orejero de los grandes acontecimientos históricos, este suceso puede parecer una simple anécdota, un apunte a pie de página. Pero fijémonos un momento en sus protagonistas. De un lado, un grupo de mujeres precarizadas, la mayoría de ellas contratadas a tiempo parcial y dedicadas a trabajos que tampoco es que sean la panacea en cuando a consideración y prestigio. Un trabajo que frecuentemente no se valora ni se tiene en cuenta. 65 mindundis, muchas de ellas bastante jóvenes (lo dejo aquí escrito para cuando algún sabio intente refunfuñar sobre la falta de espíritu crítico de la chavalada). Del otro lado, una de las empresas textiles más importantes del mundo.

¿Oís ese runrún de fondo? Son todas las personas que les intentaban convencer para que no sacaran los pies del tiesto. «Qué asco de curro, pero es lo que hay». «Están muy mal las cosas, te pegan la patada y en la puerta hay 15 como tú esperando». «No os metáis en líos, que no vais a conseguir nada». «En todos los trabajos hay cosas malas, yo también estoy fastidiada y me aguanto. Peor está la gente en el paro». Pues nada, van las dependientas de Bershka y dicen que nanay, bajan las persianas, se cogen su pancarta y sus silbatos y se plantan en la calle a denunciar que la situación es insoportable.

Por si os lo estabais preguntando, estas mujeres no exigían bandejas con langosta y champagne en cada turno ni viajes a Bali a cuenta de la empresa. Los apabullantes privilegios que reclamaban eran un aumento salarial de 120 euros y mejoras sociales en cuestiones como los permisos y excedencias, los tiempos de descanso o la lactancia. Todo conseguido. Además, también han logrado que se les permita tener 15 días de vacaciones durante los meses de verano y un sábado libre al mes. Vamos, lo que viene siendo condiciones laborales dignas que les garanticen algo de calidad de vida. Madre mía, qué locurón. Si es que la gente ahora no se conforma con nada, todo es pedir y pedir, se ha perdido el espíritu de sacrificio y la cultura del esfuerzo.

A menudo, cuando hablamos de huelgas y luchas de los trabajadores, se piensa en rudos señores del sector industrial dispuestos a organizar movilizaciones masivas y paralizar cadenas de montaje. Quizás sea el momento de empezar a sumar a esa imagen la de la dependienta que, mientras dobla incansablemente camisetas en un local atestado, te explica que no quedan pantalones de tu talla.

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