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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

El acoso

He escrito alguna vez que lo políticamente correcto ?tanto en el lenguaje como en la ideología- me repatea profundamente los intestinos, y más cuando la moda viene de los norteamericanos: el país más profundamente injusto que, como manda en la economía, se permite dar lecciones de moral. Como si en la vieja Europa no intentáramos desde hace muchas décadas disminuir las desigualdades sociales y ser adalides de los grupos menos favorecidos, eso sí, con un discurso irreprochable desde el punto de vista de las palabras pero cada vez menos implementado en las obras. Desde que los yanquis acabaron con el racismo de su sociedad sustituyendo negro por afroamericano ?modo ironía on- todos seguimos ese discurso como mariquita el último, que con esta frase seguro que he pasado la raya y alguien pedirá para mí pena de hoguera. Pues, hala, me rindo, aquí me tenéis, no huiré como una nenaza a Bruselas (¿nenaza es un término políticamente correcto?). Es un sinvivir?

No voy a devaluar lo que es el acoso, especialmente denigrante cuando se ejerce desde una posición de dominio económico o de poder, pero me da la sensación de que los norteamericanos se están volviendo un poco locos o tienen muy mala conciencia histórica. Una cosa es denunciar lo que te acaba de ocurrir y otra remontarte a fechas muy muy lejanas para acordarte de que Pepito tuvo contigo una presunta aproximación libidinosa. Da mucho miedo que empiecen a volar acusaciones de hace una eternidad porque ahora sabemos que la memoria que recordamos es siempre la interpretación del cerebro de lo que realmente sucedió. Lo recordado y la realidad serían entonces versiones diferentes de un mismo hecho, con lo cual, véte a saber si tu cerebro no te habrá jugado una mala pasada y estarás condenando a galeras a alguien que únicamente quería ser amable.

Como convención podemos acordar que el acoso es cualquier actitud que resulta incómoda para otra persona, sea de palabra o de obra, pero es muy complicado marcar la frontera entre el coqueteo y las medias palabras y lo que realmente excede esa raya roja. Si ya es complicado de por sí saber lo que sucedió hace una hora, imagínate lo que pasó hace veinte años, que hay actores que están descubriendo ahora que les acosaron hace dos décadas y no dijeron nada por temor a quedarse sin carrera. No digo que no sucediera, pero caramba, han tenido tiempo para poner sus ideas en orden.

No me apetece que parezca que justifico los abusos de poder y es evidente que la sociedad ha evolucionado de tal forma que lo que eran sucesos universalmente aceptados: se sabe que los productores de Hollywood se acostaban con las estrellas, se haya convertido en un delito. Parece ser que Marilyn nunca se repuso de lo que tuvo que hacer en sus inicios para labrarse una carrera y que en términos generales suponía ir de cama en cama por decirlo de una forma fina. Ha habido (y hay y habrán) muchísimos depredadores sexuales que suelen ser hombres, pero sin duda con el acceso a la mujer a puestos de responsabilidad se darán también casos a la inversa. ¿Se puede y se debe luchar contra el acoso? Evidentemente. ¿Sirve de algo arruinar la vida por algo que sucedió, o no, hace treinta años? Honradamente creo que no.

Me da miedo algo que estoy palpando en el ambiente: además de la caza de brujas hay otros componentes en la ecuación. Netflix ha roto su contrato con Kevin Spacey para su papel en «House Cards», pero ¿sus motivos han sido el joven que le acusó de propasarse o por declarar que es homosexual? Me temo muchísimo que la productora no podía soportar que el papel de un machote presidente lo desempeñara un gay confeso y eso que en alguna temporada de la serie Frank Underwood tiene alguna escena homoerótica con su escolta (y un trío con su mujer). Y por cierto, ¿se lanza a Spacey al barro justo ahora cuando en la última temporada los guionistas han hecho clarísimas las equivalencias entre el personaje y Trump? ¿No les parece raro? A mí sí.

Hay un hecho incuestionable que nunca olvido: hay que juzgar a los artistas por sus obras y no por lo que son. Muchas de las novelas que tengo por maravillosas las han escrito individuos despreciables, algunas de las pinturas o las sinfonías que me han hecho volar eran producto de seres rastreros que vendían su talento y a sus abuelas por medrar, borrachos innobles que pegaban y violaban a sus hijas (hay casos), incluso psicópatas. A lo mejor si conocieran a quien está detrás de esta columna no disfrutarían tanto con el indignado burgués (¡Glup!, eso espero, digo lo de disfrutar).

Kevin Spacey me parece un fantástico actor, ya sea gay, heterosexual o hermafrodita. Si acosó es justo que pague por ello, pero tengamos claro que resucitar el pasado es normalmente peligroso y el que no tenga nada que esconder que tire la primera piedra (y que apunte para otro lado).

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