Ayer, sobre las ocho y media de la noche, y como desde hace un tiempo, en casa llega la hora de las cenas. Lo normal: duchas, pijamas, recoger ropa, repaso a la mochila y como siempre testigo de todo, el televisor que acompaña con un murmullo de fondo; es el momento de los noticiarios. En uno de esos ir y venir de mi hijo realizando sus tareas, se para junto a la tele y sin prestar atención a las noticias, con cara de hastiado y voz de cansado, va y dice: «Ya vale papá, ya vale con los catalanes». Y acto seguido, sin dar lugar a respuesta alguna, afirma: «ya sé que lo han hecho fatal, pero esto es demasiado». El enfado del pequeño de casa es fácil de entender sabiendo que mi hijo lleva toda su vida, diez años, siendo un seguidor del Barça y soporta una presión muchas veces incómoda desde el inicio del proceso de separación de Cataluña, el pobre. En los tiempos que corren no es fácil ser culé.

En cuestión de segundos, mi hijo había escenificado y expresado lo mismo que yo llevo sintiendo desde hace tiempo, mucho tiempo. También yo estoy triste, triste y cansado y más intuyendo que este pulso de una parte de la sociedad catalana al estado español tiene tintes de aún durar mucho. Cuando parece que la tensión cede cuando se cierra una puerta, enseguida se abre una ventana; cuando sellamos una fuga de agua se abren tres más y vuelta a empezar. Llevamos ya muchos amagos de decisiones históricas, que amenazan con acabar con el estado del bienestar. Nos venden miedo, nos crean un estado de ansiedad y de crispación tal que nos es imposible apartar nuestros sentidos de Cataluña; para bien de unos, los de la Gürtel, los de Noos, los de los ERE y para desdicha de los de siempre no se aprueban presupuestos para 2018, al «fondo de pensiones» se le ve el fondo y con la prima de riesgo amenazando con otra recesión económica; más miseria.

Imagino a los políticos, sus grupos de trabajo, a sus asesores y gabinetes de crisis alrededor de una mesa, tazas de café, folios textos jurídicos y con la Constitución Española en la mano tratando de buscar una salida a esta enconada situación. No es posible que entre una DUI (Declaración Unilateral de Independencia) y la prisión preventiva no haya un camino intermedio. Entre el blanco y el negro siempre hay una multitud de grises, solo se requiere la capacidad para verlos. Mariano Rajoy, y en la certeza de su incapacidad de ver los grises, ha lanzado la zanahoria de las elecciones y todos sin excepción se han levantado de sus mesas de trabajo, imaginando que estuviesen sentados, y han corrido en tropel a coger el mejor puesto de salida electoral. Tendremos el mismo problema con los mismos protagonistas; «porca miseria» como diría mi amigo Roque.

Pasará, el problema catalán pasará, aunque sólo sea por el despiadado paso del tiempo, pasará a la historia, historia que solo se reflejara en los textos catalanes, seguro que se omitirá en el resto de comunidades para nuestra desgracia. Mientras pasa y no pasa y volviendo a mi pequeño, que es lo que me ocupa y preocupa, no se merece sufrir lo más mínimo por el equipo de sus sueños. Ya lleva mucho tiempo tratando de entender el por qué en cualquier campo de futbol le silban a Piqué, vista la camiseta que vista. Él y muchos como él sólo quieren seguir soñando con sus ídolos, qué más da si son catalanes, gallegos, murcianos o manchegos. Y ustedes nuestros políticos que están consiguiendo que para mi hijo valores como tolerancia, y empatía cada vez suenen más huecos, ustedes nuestros elegidos, ustedes que juegan con cosas que no tienen arreglo, hagan su trabajo de una vez. Y si se sienten incapaces, háganse a un lado; otros vendrán, por suerte nadie es imprescindible.