Si hay algo completamente incontestable en esta España nuestra es la mezcolanza de tradiciones, culturas y costumbres, que nos hacen ricos en sabidurías populares. El crisol donde todo esto se funde tiene la grandeza de mezclar los condimentos sociales de tal forma que todo fluya con la racionalidad necesaria para potenciar la convivencia. Pero esto no siempre es así, es más, últimamente parece que todo se desmorona y se vuelve en contra de esa supuesta racionalidad, convirtiendo el crisol en una amalgama imposible de sustentar.

Las mezclas, según los principios básicos de lo social, han de ser comedidas, solidarias y compatibles. El gregarismo además de imparable es ciego, es decir, el líder promulga sus ideas y el rebaño las sigue. Las combinaciones sociales se agrupan en función de cada líder y de cada conjunto de ideas. Después aparecen las disgregaciones, las oposiciones con el contra líder o las ideas dislocadas de grupúsculos desorganizados que rompen la armonía. Eso, aunque parezca mentira, también es imparable, porque cualquier pelagatos, que por azares de la vida llega a la cumbre, arrastra tras de sí a decenas de miles de imbéciles que parece que carecen de criterio propio por pura obnubilación o idiotismo.

España históricamente se genera de un popurrí de pueblos, razas e ideologías que van conformando un país de países, pero que consigue enderezarse a fuerza de quebrantamientos de cabeza y tontos útiles. La unión de los ingredientes en el crisol consigue una mezcla homogénea desde la virtualidad, pero nunca desde la realidad, al igual que puede ocurrir en la actualidad con la Europa que queremos construir a base de buena voluntad y caminos sinuosos.

Cuando los diferentes pueblos o países se configuran en un todo armonioso, da la sensación de que no se necesitan nuevos aditivos o ingredientes para que la sociedad siga funcionando sin que se resquebraje, pero nuevamente la historia nos dicta que eso es otra quimera. Las estructuras donde se asientan los principios sociales son débiles y necesitan de un continuo estímulo para sobrevivir en buenas condiciones. Uno fundamental es la coherencia interna dentro del maremágnum de ideologías, tradiciones y costumbres.

Cuando este último principio comienza a fallar estrepitosamente es cuando reflexionamos y caemos en la cuenta de que España es un auténtico gatuperio que se equilibra a base de reglas muy estrictas que si se dejan de lado derrumban su estructura. Las incoherencias de los ingredientes sociales de los pueblos de esta España nuestra, son la base de este gatuperio donde, al final, se acaba reventando el sistema social.