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¿Y ahora?

La suma de despropósitos delictivos de los dirigentes independentistas catalanes

Una vieja amiga, muy sabia, siempre decía: "un poco de paciencia y todo acabará mal". Justo el optimismo que recomiendan los que saben. Contémplese la crisis en la que está sumida España. Parece que no puede ocurrir nada más, que hemos tocado fondo. Pues yo diría que no. En las reivindicaciones catalanas (el famoso "el gobierno español, mucho hablar, pero se dedica a cercenar la democracia de los catalanes y ahora, su libertad, amontonando presos políticos en las cárceles del régimen"), los soberanistas parten de un equívoco mal intencionado pero muy útil cuando aseguran que se está encarcelando a los legítimos representantes de un pueblo que ha votado por ellos y les ha dado la gobernación. Se refieren a septiembre de 2015, a las elecciones autonómicas de ese tiempo, y quieren dar a entender que se los encarcela por el hecho de haber sido elegidos y haber constituido un gobierno en Barcelona. Pues no señor, no es por eso. Se los encarcela porque, como gobierno legí- timo de la Generalitat, se dedicaron pronto a hacer cosas ilegítimas, incluido no respetar a la mitad del pueblo. En el acelerón, en su voluntad de preparar el advenimiento de la república independiente acortando plazos, les dio delictiva: habían sido elegidos al amparo de la Constitución española pero decidieron ignorar sus reglas en un esfuerzo idiota por demostrar que eran un pueblo subyugado y perseguido, sin libertades y sumidos en la pobreza. Convocaron un referéndum que sabían ilegal (mientras no se cambie la Constitución, el referéndum local no existe y el artículo 92 que tanto invocan asegura que se puede celebrar uno si lo piden muchos, pero deberá ser sometido a consulta de todos los ciudadanos, no solo los catalanes incluso si es para decidir de la independencia de Cataluña). Dicho lo cual, no se entienden bien las razones por las que quieren ser independientes, si no es por un cierto racismo y por un confundido convencimiento de superioridad económica. Pero ahí están. Todo lo que siguió fue una suma de despropósitos delictivos. Son bien conocidos y por esta razón una juez de la Audiencia Nacional ha mandado a la cárcel a más de la mitad de los ministros de la Generalitat. Y al resto no, porque no los ha pillado. No ha sido porque pretendían establecer una república independiente; cada cual tiene derecho a pretender lo que quiera. Ha sido por hacerlo violando la Ley. Y con Puigdemont corriendo con el rabo entre las piernas. Los que acusan a la jueza Lamela de rigor y excesiva violencia jurídica se equivocan: ella aplica a Ley. Basta con leer su auto. Tocará a las defensas de los acusados demostrar, si pueden, que no ha habido rebelión; me parece que lo de la sedición no se lo va a quitar nadie. Ha sido rigurosa pero justa. No es una política, es una jurista. Si los políticos piensan que la jueza exacerba las tensiones con su auto, deben arreglarlo ellos. Trabajo les damos, pero, amigo, para eso están en política. A ellos toca demostrar que es más sensato quedarse en España y, ya que los catalanes tanto hablan de ella, en Europa. Es preciso que los catalanes independentistas empiecen a mirar a la realidad de frente y que los no soberanistas se comprometan de una vez a expresar su firme voluntad. Es preciso que las empresas que se han ido, vuelvan (empiecen a volver durante el periodo de aplicación del 155, es decir cuando se hayan solventado las elecciones del 21 de diciembre). Es preciso que el gobierno de Madrid, el gobierno del PP, que tan patoso ha estado en el manejo de la crisis catalana, que tan culpable es, empiece a mirar las cosas de frente. Esto no se arregla con esperar, se arregla modificando la Constitución, cambiando el sistema territorial (¿qué es este absurdo de mantener el que tenemos si es el culpable de tanto desaguisado?, ¿a qué esta resistencia?). No se acaban los problemas ahí. Porque ¿qué pasará si los catalanes independentistas vuelven a ganar las elecciones? Mejor será que pille al gobierno de Madrid preparado y no, como es su costumbre, haciendo de don Tancredo viéndolas venir. Y, planeando sobre todo esto, la estúpida guerra de las banderas y los eslóganes, de la extrema izquierda y la extrema derecha, de la alianza de ideologías contra natura. Hasta ha resurgido el deseo de que le pongan letra al himno nacional. Ya lo intentó Pemán y escribió una cursilada. ¡Pero si es la Marcha de Granaderos y una marcha militar no tiene letra, hombre! Y como alguien me vuelva a cantar "Que viva Espa- ña" o me grite "yo soy español, español, español", le tiraré la coca-cola encima. Pues sí, con un poco de paciencia, todo acabará fatal.

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