El rápido desarrollo que están experimentando en los últimos años disciplinas como la inteligencia artificial sólo es posible gracias a los estudios avanzados en materias como la psicología o la neurociencia; y a la vez, la evolución de aquellas novedosas áreas sirve para alimentar el conocimiento que tenemos acerca de nosotros mismos y de nuestra conducta.En este sentido, resulta un hecho sin precedentes el caso de Sophia, el primer robot en obtener la ciudadanía de un país. El estado en cuestión ha sido Arabia Saudita, y las palabras del robot fueron: «Me siento muy honrada y orgullosa de esta distinción única (?) es histórico ser el primer robot en el mundo en ser reconocido con una ciudadanía».Por su parte, Edgar Helu, director de Google Cloud en Colombia señala que la contribución de las máquinas inteligentes a la creatividad será gigantesca en los próximos años.Tal vez la clave de todo este fascinante desarrollo tecnológico, así como de nuestra propia existencia resida en la misma información y no tanto en el cuerpo físico que la contiene. Por ejemplo, en la máquina podemos diferenciar dos elementos: el hardware entendido como el conjunto de las partes físicas tangibles del sistema -sus componentes eléctricos, electrónicos, electromecánicos y mecánicos-, y el software, es decir, las aplicaciones o programas que funcionan en el ordenador o, dicho de otro modo, la información.Una estructura similar la encontramos en los seres humanos: El filósofo y matemático francés René Descartes describió en el siglo XVII la materia como «sustancia extensa» compuesta por distintas formas y existente en el espacio. Pero también identificó otro elemento fundamental, la «sustancia pensante», carente de ubicación espacial. El ser humano posee un sustrato físico -el cuerpo- y una parte no física, a la que algunos llaman alma, en la que reside lo trascendente, la esencia, o lo que, según muchas creencias, permanece más allá del tiempo. Esto podría ser definido también como información.Pensemos en el inicio de la vida, cuando dos diminutas células -un óvulo y un espermatozoide- se fusionan y comparten su información, codificada en el ADN, para dar origen a un nuevo ser. Dicho ADN contiene todos los datos necesarios para modelar nuestra estructura al completo (ojos, corazón, cerebro, músculos...). Cada gen que compone la cadena de ácido desoxirribonucleico es una unidad de información que codifica un producto funcional, como, por ejemplo, las proteínas. Por lo tanto, es gracias a esa información que llegamos a constituirnos como seres capaces de, entre otras cosas, crear máquinas inteligentes, habilitadas para aprender.