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Echar la piedra

No, si mal no estamos

En Gran Bretaña, 17,4 millones de personas votaron en 2016 a favor de salir de la Unión Europea y, de paso, demostraron su talante xenófobo defendiendo las tesis de un indeseable como Nigel Farage

Umberto Eco deseaba a sus lectores que vivieran una época interesante. Yo creo que en estos momentos nos estamos pasando siete pueblos de tanto interés. Los ejemplos son abundantes. Unos 62,5 millones de norteamericanos votaron a Donald Trump, frente a los más de 65 millones de su rival. Por eso, el peor presidente de la historia de Estados Unidos pudo declarar que «amo a la gente con un nivel educativo bajo». Como yo mismo, podría haber añadido. Un energúmeno que ha convertido a la primera potencia mundial en un país ridículo.

En Gran Bretaña, 17,4 millones de personas votaron en 2016 a favor de salir de la Unión Europea y, de paso, demostraron su talante xenófobo defendiendo las tesis de un indeseable como Nigel Farage. En Francia, en las últimas elecciones de mayo de 2017, 10,6 millones de electores fueron capaces de votar a Marine Le Pen (es muy conocida al respecto la sentencia del alcalde Ramón Pastor: «Liberté, egalité, fraternité y merdé»). La última ruindad nos la regaló Alemania con la entrada en el Bundestag, por primera vez desde 1945, del partido de extrema derecha Alternativa por Alemania, con nada menos que 94 escaños y 5,8 millones de votantes a los que cabe calificar como neonazis.

En el caso de España, en junio de 2016, 7,9 millones de personas renovaron a un presidente, Mariano Rajoy, cuya característica fundamental es su manifiesta incapacidad para gobernar a 46,5 millones de ciudadanos, lo que reconocen, al menos en privado, hasta los propios militantes del Partido Popular. Lógicamente, su equipo responde a lo esperable. Por citar sólo a uno de los más egregios de sus íntimos, a mí me gusta mucho el portavoz del Partido Popular en el Congreso, el tal Rafael Hernando, que cada vez que habla provoca el nacimiento de nuevos independentistas, de Algeciras a Estambul.

Los sistemas educativos tienen mucho que ver con estos resultados tan penosos. Si se aprovechara el paso por las aulas para leer, entre otros muchos, a Primo Levi, Stefan Zweig, Eric Hobsbawm, Joachim Fest, Tony Judt o Josep Fontana, otro gallo nos cantaría. El problema es que a nuestros estudiantes, en nuestros días, se les obliga a aprender que un adverbio es un morfema cuyo fonema no necesita lexemas, la imprescindible Tabla Periódica de los elementos y, sobre todo, los kilopondios. ¿Cómo entender la vida sin los dichosos kilopondios?

Sin embargo, en Elche estamos mucho mejor. El Partido Popular sigue unido como una piña, con alonsistas y ruzistas, si bien faltaría una tercera vía para completar el contraste de pareceres y mantenerse de paso en la oposición unos años más.

Por su parte, el gobierno tripartito es como un café descafeinado de máquina, con leche desnatada, sacarina y media de integral. Los partidos ilicitanistas siguen sin ser ni derechas ni de izquierdas y casi mejor que no entren en ideologías, que seguro se lían. Ciudadanos da colorido (naranja) y poco más.

Mientras llega la Dama, esperamos ansiosos el acabado del nuevo mercado municipal y sus 300 plazas de aparcamiento, que seguro convertirán el centro de Elche en un nuevo Broadway. En su inauguración debería darse protagonismo a la Dama de Elche Viviente y al campeón mundial de lanzamiento de huesos de dátil por vía oral. Y a vivir, que son dos días.

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