Cuando en un conflicto político de carácter existencial se llega al punto de ebullición, en el cual las partes no se reconocen mutuamente legitimidad, se evapora cualquier posibilidad de diálogo. Se crea un vacío donde lo decisivo es la fuerza de los hechos, la fuerza que cada cual ponga en juego para imponer su autoridad. Es esta una ley universal que se podría ilustrar con múltiples ejemplos.

El desafío nacional-soberanista, convertido hoy en independentista, se sitúa en este plano. Todos los pasos que el independentismo ha dado hasta el momento no son fruto de la improvisación, de un despertar repentino, sino de una calculada estrategia centrada en la construcción de una estructura de Estado, del estado catalán, como paso previo a la declaración de la independencia. De ahí que las leyes llamadas de Referéndum y de Desconexión, aprobadas por el Parlament (la auténtica declaración de independencia, no la de Puigdemont) tuvieran por objeto quebrantar la legitimidad de la Constitución y la legalidad que de ella emana, para imponer en su lugar la suya propia.

Los estrategas del independentismo saben bien ?porque es de libro? que la existencia de un Estado, de un pueblo organizado y autoconsciente, es el paso previo a la declaración de independencia y a la posterior creación de un orden constitucional mediante la convocatoria de una asamblea constituyente (que es lo que el independentismo se propone llevar a cabo en Cataluña).

Pero un Estado no es, ni ha sido nunca, una pura invención de la mente, un diseño imaginario, sino algo que tiene que ser verdaderamente real. Las fuentes de normatividad de un Estado son muy diversas en el tiempo: se manifiestan, en última instancia, en la fuerza coactiva que el Estado es capaz de ejercer sobre la totalidad de un territorio; emanan de las relaciones de producción existentes, de la organización del trabajo y del saber, de su ubicación en el contexto de las relaciones internacionales, etcétera, así como de otros aspectos relacionados con la cultura y los afectos.

Aunque el nacionalismo catalán, a lo largo de los años, de diferentes maneras, ha tratado de implementar estructuras de Estado, singularmente en el muy importante ámbito de la educación, donde ha desplegado gran parte de su autoridad, está muy lejos de haberlas completado y hacerlas efectivas. La economía catalana, y las relaciones de producción consiguientes, están de tal manera conectadas con el resto del Estado y con Europa que simplemente el gesto de la independencia ha hecho que las empresas huyan despavoridas, por lo que no se comprende que movimientos que se dicen de izquierdas, pero que objetivamente no lo son, hayan sido abducidas por el fetiche nacionalista. El nacionalismo catalán no ha conseguido articular un «pueblo»: si más de la mitad de la ciudadanía catalana, y probablemente en mayor número aún es contraria a formar parte de esas estructuras de Estado y a la independencia, no hay posibilidad alguna de hacerlo si no es pisoteando elementales principios éticos y democráticos, porque ello implica, necesariamente, violencia. Finalmente, no goza (la DUI) de reconocimiento internacional alguno.

No hay, pues, dos legalidades. Hay una, fundamentada en un Estado Social y Democrático de Derecho, y en una Constitución que lo configura normativamente. Enfrente hay una pseudo-legalidad virtual, retórica, que no es efectiva. Esto no quiere decir que el choque entre ambas no origine perturbaciones, en la medida en que el independentismo se vale, como viene haciendo, de la legalidad constitucional para conspirar contra ella y adulterarla. Pero la grandeza del Estado Constitucional de Derecho consiste en enfrentar la situación sin abdicar de sus principios, de sus propias reglas, aunque a veces resulte políticamente inoportuno.

El mayor daño que el independentismo ha perpetrado es dividir a la sociedad catalana, familias, amigos, trabajadores, hombres y mujeres de ese gran país. Y lo ha hecho plenamente consciente de que no podía prometer una independencia pacífica e inclusiva, que fuera reconocida por todos. Da para una tesis tratar de entender ?y probablemente será una tarea más de psicólogos de masas que de politólogos? cómo el secesionismo ha llegado hasta aquí. Algo tiene que ver en todo ello la crisis, la obsesión de una parte del independentismo por taparse sus propias vergüenzas, así como los juegos de poder que se dan en las relaciones políticas internacionales. Después de todo, algunos se han creído que es un juego.