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Arturo Ruiz

Opinión

Arturo Ruiz

Éxodos

Pudo más el deseo de huir de un futuro sin oportunidades que sólo dibujaba miserias que la estima por la tierra de sus padres

Como era ya mayor y tenía el corazón agrietado, nadie quiso decírselo, pero ella intuyó con una sabiduría muy antigua de madres que su hijo estaba a punto de partir a todos los exilios y le sorprendió con una fiesta de despedida en el salón legendario de la familia a la que invitó a los viejos amigos con los que su chaval había compartido jaranas de barrio, a ver si aflorándole viejas memorias de infancia al final decidía no marcharse. Resultó en vano. Pudo más el deseo de huir de un futuro sin oportunidades que sólo dibujaba miserias que la estima por la tierra de sus padres. Al día siguiente, el hijo se fue. En el recibidor de casa dejó abandonadas un par de mochilas que le había preparado en el último momento la madre repletas de ropa de abrigo y fotografías familiares, consciente de que no podría soportar tanto peso en tan largo viaje y de que era mejor no cargar recuerdos. La madre nunca deshizo aquellos fardos.

El hijo pasó a engrosar las multitudes que llevan siglos recorriendo este planeta. Fue tripulante en pateras que zozobraban océanos, inmigrante en los cargueros que desde miles de latitudes del sur buscaban la prosperidad de los nortes repletos de industrias y puertos, soldado en países extraños, eterno habitante de campamentos de refugiados. Al principio, envió a casa alguna carta. Después, nada. La madre supo que nunca volvería a verlo. Aún así, mantuvo las mochilas intactas.

Años después, estalló una guerra en el país de la madre. A su pueblo vinieron unos voluntarios muy jóvenes y entusiastas a luchar por apasionadas ideas que hablaban todas las lenguas del mundo. Algunos murieron allí. Su bando fue derrotado y los vencedores no dejaron que ninguna lápida los recordarse. Pero la madre llevaba flores a la fosa común donde estaban enterrados aquellos chicos para que no fueran olvidados. Una vez le preguntaron por qué se arriesgaba a que la metieran en la cárcel, ya tan anciana. Ella respondió que porque había intuido que alguna otra mujer estaba haciendo en ese preciso instante lo mismo por su hijo en cualquier otro lugar perdido del mundo. Hay sabidurías de madres que son inmortales.

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