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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Turismo surrealista

Domingo Devesa tuvo una relación muy difícil con la Cámara de Comercio y Pere Joan, por el contrario, fue un leal y participativo miembro de su Comité Ejecutivo

Reconozco mi debilidad con los presidentes de Hosbec: la asociación de turismo de Benidorm, tanto por los presentes como por los pasados. He compartido muy buenos ratos y aprendido muchísimo tanto de Toni Mayor, como anteriormente de Pere Joan Devesa o de su hermano Domingo, tristemente fallecido hace ya muchos años. Eso no quiere decir que su asociación no tenga detractores tanto en otras asociaciones turísticas de la provincia como en otras asociaciones empresariales y entre muchos empresarios, incluidos algunos importantes del mismo Benidorm y hasta del mismo sector.

Hosbec siempre ha optado por una línea propia y no fácil, que normalmente les ha apartado de la senda corporativa y convertido en antipáticos y egocéntricos a ojos de los que odian los versos sueltos, una actitud difícilmente perdonable. Domingo Devesa tuvo una relación muy difícil con la Cámara de Comercio y Pere Joan, por el contrario, fue un leal y participativo miembro de su Comité Ejecutivo. Seguramente fuimos los demás los que nos acercamos a su línea y no a la inversa. O no.

En todo caso, esta semana Toni Mayor se explayó en el Foro Club INFORMACIÓN sobre los males presentes y crónicos del turismo y entre otras muchas frases vino a decir que desde que desenterraron a Dalí el surrealismo campa a sus anchas. Hacía mención a Cataluña, pero seguramente también a la compleja relación que afronta su sector en una provincia que -se quiera o no- vive del sol y playas, pero cuyos habitantes y muchas de sus empresas obran como si no les importara lo más mínimo.

Se quejaba Toni Mayor con ganas de cómo la nonata tasa turística que pretenden implantar algunos miembros del gobierno de la Generalitat Valenciana es una muestra no menor de la «turismofobia» que invade nuestra sociedad. También de que a la hora de la verdad sean el sector hotelero y de restauración los que paguen los gastos que genera el turismo, mientras otras empresas ?que indirectamente también viven de ello- no se dan por aludidas. De cómo la infrafinanciación de la Comunidad incide muy notoriamente en las aportaciones que deberían hacerse para mejorar las estructuras indispensables para el crecimiento del sector. Y de que los hoteles envejecen rapidísimo y sufren de una necesidad brutal de reformas, porque cualquier hotel hay que cambiarlo de arriba abajo cada quince años.

Más razón que un santo tiene si se miran las cifras, pero cuéntale eso al vecino que tiene en el piso de arriba un apartamento en alquiler para despedidas de soltero, por ejemplo. Ya le puedes decir que ese no es el modelo que pretenden las patronales del sector y que incluso luchan contra ello, que lo meterán todo en el mismo saco del «turismo apesta». Por mucho que los economistas saquen las cifras de aportación al PIB, si el ciudadano no se conciencia de que el turismo le beneficia, mal vamos, y no parece que ese sea el camino más transitado sino a la inversa. De ahí a la batalla campal que se vive en Barcelona o Venecia contra los turistas hay muy poca distancia, la verdad.

Yo tengo muy claro, y no debo ser el único, que piensa que el turismo nos ha desbordado y no hemos sido capaces de delimitar muy estrechamente cuándo se transforma de fuente de riqueza en problema. Evidentemente hay turistas que no son rentables, en absoluto, porque consumen recursos que no generan y dan una pobre imagen que desincentiva a los visitantes interesantes desde un punto de vista económico. Lo malo es que cerrar la puerta a lo que no nos interesa resulta imposible, porque las tecnologías hacen sencillos los procedimientos de alquiler ilegal e imposible la persecución de los mismos. Como cale en las redes la imagen de que un destino es la meca del turismo de chancletas ya puedes promover campañas, subir los precios o hacer el pino-puente que dará lo mismo.

Por otra parte es muy difícil no caerse en ese imposible equilibrio entre el turismo masivo ?que no nos engañemos, es el que tenemos- y la búsqueda de turistas «de calidad». Sencillamente ambos términos ?y los dos grupos sociales- se repelen. La cosa es que el turismo «low cost» es cada vez más «low» y los hoteles y restaurantes necesitan una masa crítica para abrir la persiana con lo que las cuentas se me antojan complicadas. Es verdad, a cambio, que como dijo Toni Mayor el turismo es justamente lo contrario que el petróleo, un producto que no sólo no se va a agotar sino que cada vez hay más personas en más países que son turistas y que requieren destinos a los que viajar.

¿Pero qué queremos y qué podemos hacer? Pensaba yo que si fuéramos la mitad de tolerantes cuando nos invaden que cuando invadimos a lo mejor dábamos con la llave maestra de soportar y ser soportados que conlleva el turismo. Pero como viajeros somos ruidosos, gastamos recursos naturales como si el mundo fuera nuestro y pasamos sobre los espacios como las plagas de langosta. Y no está nada claro en este tema que quien paga manda y los demás a aguantar, porque ya se ha demostrado que el ciudadano tiene poco aguante.

Es todo muy surrealista, tiene razón Toni.

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