Lo contaban de aquella mujer, en aquella Torrevieja donde pasó calamidades y más hambre que Carpanta. Murió su marido. Se lió la manta a la cabeza y con su numerosa prole se fue a Barcelona. La Ciudad Condal y su cinturón industrial fueron la tabla salvación de muchos torrevejenses.

Ella progresó hasta el punto que la trataban de señora. Cuando le preguntaban si pensaba volver a su Torrevieja, aunque fuera de visita, invariablemente contestaba lo mismo: «Torrevieja, a las piedras vaya». Cuando le recordaban que su marido estaba enterrado allí respondía con sorna: «Allí, allí está bien...».

Sé de otros que tampoco volvieron jamás. Pudieron escapar de sus muertos.

He recordado esta historieta que oí de niño a raíz del arraigo casposo cavernícola y añorante de esos tiempos lejanos del que hacen gala numerosos vecinos de este pueblo.

Lo escribo por los comentarios, la mayoría agrios, con motivo de las últimas celebraciones de Halloween y del Día de Todos los Santos.

El hecho de que centenares de jóvenes, menos jóvenes, niños y niñas y familias al completo invadan con jolgorio el centro neurológico de la ciudad con desfiles anárquicos, aires terroríficos y gamberroide molesta a ese tipo de personas catalogadas como gentes de bien. No pueden soportar estos ver como la gente se divierte y es feliz. Y lo que es sumamente más grave aún: Lo pasan en grande y ellos sin poder controlarlos. A quien sí controlaron la noche de autos fue al diputado nacional y paisano Joaquín Albaladejo. El político tenía preparado el disfraz de Carles Puigdemont con el fin de asustar al vecindario, aunque los suyos le quitaron la idea argumentando que tal como está el patio podrían hasta despeinarlo a «pedrá» limpia.

Me quedo con Halloween: hace mucho mucho tiempo desaparecieron de escena la luz mortecina de las mariposas de aceite parpadeantes en las habitaciones de las casas de planta baja en vísperas de Todos los Santos. No echo de menos las calabazas asadas a las puerta del cementerio, los huesos de santo, los responsos y las níspolas... Si acaso, guardo buen recuerdo de las castañas asadas.

Sobre el Día de Todos los Santos hay que tener pelendengues o más cara que espalda para utilizar a los muertos lanzando a los cuatro vientos que el alcalde de la ciudad, José Manuel Dolón García, no respeta a la memoria de los difuntos enterrados en el Cementerio Municipal.

Eso es lo que han hecho los ínclitos mandamases del Partido Popular local: el diputado nacional Joaquín Albaladejo y su lugarteniente, el concejal y diputado provincial de Turismo, Eduardo Dolón.

El motivo de tan tamaño desbarre ha sido que este año no se ha oficiado una misa en el cementerio como venía siendo habitual. El Ayuntamiento no colocó las sillas y demás pertrechos para el oficio religioso porque nadie se lo pidió, dice el gobierno local....

O esa ha sido la excusa, porque, por otra parte, parece que la administración local no termina de salir de su «empanamiento» general y tampoco era tan difícil coordinarse un poquico y hacer lo de todos los años.

Ambos paladines populares culpan a la Alcaldía achacándole intenciones aviesas y le restriegan que en una ocasión asistió a una manifestación religiosa hindú asegurando que ejerció en ella como monaguillo. Ni a los muertos los dejan en paz para lograr votos. Están estos dos chicos en línea. Buscan la paz y el orden de los cementerios y todos a tragar sin cuestionar las trolas y las manipulaciones en este país, su paisaje y paisanaje. El suyo y el de los suyos. Que los dioses de cada uno nos amparen.