Transcurridas las celebraciones de Todos los Santos y de Difuntos, a resultas de una relectura obligada de las leyendas de Bécquer y de Don Juan Tenorio, en el bicentenario del nacimiento de Zorrilla, se advierte la semejanza entre el ambiente fantasmal y opresivo descrito en estas obras y el contexto angustioso y represor que ha animado a Puigdemont a huir a Bruselas, presa del pánico. Debió de pensar que tal enclave era un destino idóneo por la evocación independentista en plazas y teatros. La ciudad, jalonada de esculturas triunfantes, escenifica la independencia de los Países Bajos. «¿Dó iré, ¡vive Dios!, de amor y lides en pos, que vaya mejor que a Flandes?»

El refugio belga del ex presidente catalán le ha revelado, a su pesar, como un devoto monárquico. «Quiso el mismo emperador dispensarme sus favores. Y aunque oyó mi historia entera, dijo: Hombre de tanto brío merece el amparo mío». Afortunado aquel que se enfrenta a sus propias contradicciones y resulta indemne.

En la semana de Difuntos, Puigdemont ha recreado su particular monte de las ánimas en tierras belgas, acompañado del tañido «monótono y eterno» de sus célebres campanarios.

Al parecer, en Bélgica, la calma política empieza a resentirse por la presencia del ex presidente, habida cuenta de que valones y flamencos resucitan sus diferencias por la cuestión catalana. Una pica en Flandes.

La peripecia de Puidgemont en libertad contrastaba con el desfile de los ex consejeros en Madrid, almas en pena que afrontaron las consecuencias de sus actos sin eludir la acción de la justicia. Tal vez, en la noche de los muertos, le haya despertado el doble de las campanas e imaginando sus ánimas camino del purgatorio judicial no pudo volver a conciliar el sueño.

De ahora en adelante, ¿por quién doblarán las campanas?

Seguramente, no estuvo en su ánimo perjudicar la situación procesal de sus colaboradores merced a su extravío belga, pero así ha sido, tal como indica el auto de la magistrada de la Audiencia Nacional. ¡Cómo persuadir a su señoría de que no existe riesgo de fuga o de perseverancia en el delito si el cabecilla y otros consejeros, con quienes actuaban de consuno, paseaban por la hermosísima Grand Place y tomaban café en los aledaños del Parlamento europeo, reafirmando su legitimidad como gobernantes catalanes!

Podría pensarse que se trata de una estrategia, la del destituido govern, conscientemente demediado en sendos reinos, para consolidar la república catalana.

Entretanto, el ex presidente errante, ahíto de chocolate y coles, parece afrontar en solitario el Tour de Flandes, haciendo un vergonzante alarde de persecución política y exigiendo un juicio con garantías, como si el hecho de campar por sus fueros en tierra extraña no fuera el máximo exponente de aquellas, o como si la separación de poderes fuera inexistente según mantiene el mantra independentista.

Con insólito descaro, Puigdemont, en calidad de «presidente legítimo», exigía la liberación de los consejeros.

- «Por donde quiera que fui... a la justicia burlé».

Quién sabe si en la hora señalada, imbuido del mito donjuanesco, «dirigirá aquí sus huellas» dispuesto a comparecer.

- «La justicia llega y a fe que ha de ver quién soy».

O quizá, en su ensoñación, acudirá a la cita para hacer una declaración:

- ¿No es verdad, ángel de amor??

Y cuando su señoría inquiera:

- ¿No es cierto, señor Puigdemont??

Él clamará sin rubor:

- «Responda el cielo, no yo».

Y a la salida dirá lo que el Tenorio al principio:

- «¡Cuál gritan esos malditos! Pero, ¡mal rayo me parta si en concluyendo la "sarta" no pagan caros sus gritos».