Pinzado entre un PSOE que es en Alicante el más viejo de España y un Guanyar que bebe de la fuente primigenia de Anguita (programa, programa, programa), Compromís sólo tenía una salida para sobrevivir al pacto que llevó a la izquierda al gobierno de la segunda ciudad de la Comunitat: ser el interlocutor de los ciudadanos que apostaron por el cambio utilizando sus tres concejales en beneficio de ellos y sólo de ellos. En lugar de eso, escogió -primer error, de los que se derivan el resto- ser el que adecenta el corral tras cada pelea de gallos. No trabajó para los vecinos, sino que dedicó su empeño a apuntalar ora a Echávarri -un alcalde agresivo, imprevisible y autoritario que desde el primer día se comportó como si en vez de tener seis concejales de 29 hubiera obtenido 30-, ora a Pavón, que tampoco ha tenido jamás en su cabeza un gobierno de coalición, sino que ha ejercido como dueño en sus áreas y como oposición en las que no controlaba. Ellos rompían todos los días una taza que Bellido se dedicaba a pegar cada noche.
Era un mal negocio, el de renunciar a ser actor para rebajarse a meritorio. Pero peor lo ha sido desde que hace unas semanas anunció que rompía la baraja y que el alcalde tenía que irse. Una formación política seria no puede hacer eso y luego desdecirse. Acatar que te manden un par de nuncios que necesitan gps para encontrar el Ayuntamiento y que tras dos cafés se vuelven a Valencia diciendo que han dejado Alicante «refundada», mientras fiscales y jueces siguen actuando contra un Echávarri que hace lo que todos los imputados: atrincherarse tomando la ciudad como rehén. Compromís ha perdido la credibilidad y corre el riesgo cierto de hundirse atado a un PSOE incapaz de sacar al partido del profundo pozo en que se encuentra. Como diría Bart Simpson, Compromís se ha multiplicado por cero. Ellos sabrán.
