Dentro del arte culinario de nuestra tierra, el embutido de cerdo ocupa un lugar privilegiado, y entre esos suculentos productos tenemos además de las longanizas blanca y roja, el morcón y el blanco, sin dejar en el olvido la morcilla, de la que existen algunas variantes como la de cebolla, la negra, la de verano y la de pícaro o de belitre.

Pero, en esta ocasión, no vamos a tratar sobre estas últimas como especialidad gastronómica sino su acepción teatral, cuando cotidianamente un actor de su cosecha, se salta el guión e incluye en su parlamento «una morcilla» con alguna referencia que, en la mayor parte de las veces, no tiene relación con la trama y está referida a la actualidad. De igual forma que a veces, los espectadores también contribuyen en ello.

Ejemplos de esto como aficionado al teatro, la zarzuela y la ópera, e incluso al circo, he sido testigo y, generalmente siempre ha sido acogido con risas y con palmas por el respetable. Sin ir más lejos, nuestro Teatro Circo ha sido testigo de ello, y la última vez fue el 31 del mes de octubre, hace unos días, durante la representación de la ópera bufa «El barbero de Sevilla» de Gioacchino Rossini, ambientada a finales del siglo XVIII, en la ciudad hispalense, cuando el doctor Don Bartolo que pretendía casarse por la fuerza con Rosina, le pide que cantase algo en presencia de su enamorado Conde Almaviva disfrazado de maestro de música. Ella le responde: «Yo cantaré, si usted quiere, el rondó de la Inutil precauzione». A lo que el citado doctor, respondía: «La música en mis tiempos era otra cosa: ¡Ah! Por ejemplo, cantaba Caffariello aquella aria portentosa». Sin embargo, el bajo cómico Stefano de Peppo, echó mano de una morcilla y dijo: «¡Ah! Por ejemplo, cantaban Los del Río La Macarena». A lo que el público respondió con un aplauso.

Pero, para morcillas teatrales antológicas, las introducidas en aquellas representaciones de aficionados. Recuerdo dos de ellas que me contaba mi padre: una en « Don Juan Tenorio» cuando apareció en escena Antonio Rodríguez de Egío, dueño del Bar Zara, en el momento que Don Juan decía: «Los muertos se han de filtrar/ por la pared, ¡adelante!», mientras que la estatua del comendador de Calatrava, Don Gonzalo de Ulloa pasaba «por la puerta sin abrirla y sin hacer ruido». Pero la morcilla del actor aficionado fue la de incluir detrás de sus versos: «Mi madre, es El Macando». A lo que la estatua funeraria del citador comendador, cobró el habla y le respondió: «Y tú, un hijo de p...». La segunda ocasión fue con motivo de un fin de fiestas tras la representación de una zarzuela a beneficio de una cofradía de Semana Santa. El protagonista fue un comerciante que durante muchos años ocupó una concejalía en nuestro Ayuntamiento. Aparecía vestido de charro cantando aquello de Jorge Negrete, «Yo soy mexicano», cuando uno del gallinero metió una morcilla y le replicó: «Tú eres una m...».

Otra ocasión, fue durante una actuación de los Hermanos Tonetti, cuando el patio de butacas del Teatro Circo, mágicamente se transformaba en pista circense. Recuerdo en aquella representación, a Pepe Tonetti en su papel de «payaso tonto» aparecer vestido de mujer, desgarbado y con una peluca totalmente despeinada, llevando en una de sus manos una jaula en la que en el interior llevaba un plátano. Al preguntarle su hermano Nolo, «payaso augusto», de dónde venía. La respuesta fue rápida: «De la peluquería del Canario», que estaba muy cerca del Teatro Circo, en la calle Escorrata.

Son recuerdos que han quedado, muchas veces en el olvido, como aquella representación de «La venganza de Don Mendo», el 4 de marzo de 1978, organizada por la Comparsa de Moros Al-Mohábenos. Durante la misma, en el momento que Don Mendo (representado magistralmente por Bartolomé Fons) se encuentra en prisión, dice: «¡Ya trina el ruiseñor!... ¡Ya canta el gallo...!». El morcillero que añadió algo que no aparece en el libreto de Pedro Muñoz Seca no fue ningún actor, fue el pintor y caricaturista Alfonso Ortuño escondido en un proscenio que entonó un madrugador y enérgico quiquiriquí. Da gusto con los amigos, recordar estas cosas, máxime si es alrededor de una mesa, saboreando algunas morcillas del terreno.