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Desde mi terraza

Viva la cervantina

Rajoy dio por fin (para bien o para mal, lo sabremos en unos meses) un puñetazo en la mesa. Inútil recapitular ahora sobre todo lo sucedido, será la historia quien juzgue; pero los españoles todos hemos respirado tras la saturación de sucesos y declaraciones que empezaban a suscitar odio entre hermanos, y los reyes del otoño fueron la crispación, los enfrentamientos verbales y, admitámoslo, el miedo. En pocos días hemos tomado aire en una aspiración profunda que nos devolvía al día a día cotidiano; y en lo que a un servidor respecta, retomo la compañía de mis fieles aliados que, como he dicho muchas veces, son el arte y la cultura, bálsamos que curan -o al menos alivian- las heridas. Y el bálsamo llegó en forma de teatro de la mano de un tal don Miguel de Cervantes, quien nos regaló unos cómicos de la lengua portadores del valioso material de su talento; talento muy bien aprovechado por unos jóvenes que han sabido condensar en hora y media el mundo cervantino, que es al fin y al cabo nuestro mundo. Cervantina, que así se llama el espectáculo al que me refiero, no es una obra maestra ni el espectáculo del siglo, pero cumple todos los requisitos que siempre reclamara Tirso de Molina con su famoso «Deleitar aprovechando». Porque efectivamente fue un sabroso guiso trufado de extractos de la obra del genio, ya advirtiendo al principio de que los espectadores íbamos a enfermar de «cervantina»; y la pena es que esta humilde (y tan grande) función se presentara en sesión única, cuando debería haber permanecido una semana en el Principal sin que ningún estudiante alicantino de literatura se quedara sin verla. Y quienes creyeran que don Miguel solo escribió El Quijote habrían descubierto las otras pequeñas joyas de la producción cervantina, desde las Novelas ejemplares a los Entremeses que quedaron ensombrecidas ante la magnitud del que se considera el más importante libro de la historia de la Humanidad, Don Quijote de la Mancha. Cervantina no da tregua en su trepidante pero medido desarrollo, no hay fisura en la interpretación de la compañía, y las composiciones musicales (que alguien definió como ramplonas) son acertadas; los fragmentos de los textos escogidos presagian muchas horas de estudio y la función, en fin, cumple su cometido de divertir, entretener e ilustrar, en un verdadero ejercicio didáctico. Los espectadores cubrieron dos tercios del teatro, pero no estaba lleno; y es una lástima porque la obra es verdadero teatro popular, con doble lectura pero que llega a todo el mundo. En mi opinión debería la acertada programación del director del teatro encontrar la fórmula para informar al espectador no iniciado (y también al iniciado) de las bondades de lo que allí se representa. ¿Exceso de programación que impide a una economía media visitar semanalmente el teatro? ¿O quizás un totum revolutum en un cartel global que requeriría información más detallada? La respuesta no es fácil, y es insuficiente la información del programa de mano global, que no llega a todo el mundo; a lo que habría que añadir la falta de curiosidad del espectador, que debería sentarse en la butaca sabiendo lo que va a ver. Alicante no es Madrid, y las pocas sesiones (en la mayoría de las veces única) de cada espectáculo no permiten el tiempo del «boca a boca» que es siempre la mejor propaganda. En fin, siempre es reconfortante saber que este mes, por ejemplo, podremos disfrutar del enfrentamiento de los dos grandes dramaturgos isabelinos, Cristopher Marlowe y Shakespeare, en una magnífica obra del casi valenciano Chema Cardeña, La estancia, que supone un duelo interpretativo entre dos extraordinarios actores como son Javier Collado y José Manuel Seda, que veremos hoy mismo. O de los brillantes gorgoritos de Rossini en la conocidísima El Barbero de Sevilla (jueves 16), en una cuidada producción de Opera 2001, sin olvidar la entrada en la programación de una producción alicantina, la zarzuela Luisa Fernanda este sábado día 4. Entre otras muchas cosas donde elegir, si no se puede abarcar todo. Ojalá que el interés por el teatro aumente en esta ciudad vapuleada por los enfrentamientos municipales que no tienen fin, a cuyos protagonistas también les convendría contagiarse de la enfermedad de la cervantina para salir de esa realidad oscura por la que transitan, con la advertencia de que se trata de una enfermedad incurable. Porque, como dice la canción final de la obra, «no hay remedio ni aspirina que cure la cervantina».

La Perla. «He aprendido que no puedo exigir el amor de nadie. Yo solo puedo dar buenas razones para ser querido... Y tener paciencia para que la vida haga el resto», William Shakespeare.

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