Paco Frutos fue un nuevo y brillante Zola con su «j'acusse» particular desde la tribuna de la multitudinaria manifestación por la unidad y en defensa de la Constitución el domingo en las calles de Barcelona. Retrató, como únicamente puede hacerlo un viejo comunista que sí que luchó por su causa bajo un estado represor de libertades, a esta nueva izquierda surgida de un movimiento populista que tan a gusto está confundiéndose con el nacionalismo xenófobo, excluyente e insolidario. Dejó claro en un discurso vibrante y emotivo lo que significa ser de izquierdas, comenzando por el internacionalismo y la igualdad, denunciando la equidistancia en temas y momentos en los que no queda otro remedio que la unidad de los demócratas para contrarrestar la perversidad de un nacionalismo separatista en sus raíces y que ha sido desleal, traidor y mentiroso, aprovechándose de su falsa hegemonía para adoctrinar y poblar la cosa pública de adeptos. Como dijo Shakespeare a través del personaje del conde Gloucester, «es el mal de estos tiempos, lo locos guían a los ciegos».

La medicina más segura de toda fuerza es la resistencia que vence, dijo en su día Stefan Zweig. El Estado de Derecho ha resistido hasta lo indecible esperando la vuelta atrás de los sediciosos, la vuelta a la legalidad y al imperio de la ley de los que han intentado subvertir los valores democráticos por un quimérico nuevo Estado surgido de la alienación inoculada en miles de ciudadanos, pero su prudencia, su mesura en la aplicación de la legalidad vigente no ha surgido efecto. Los golpistas han seguido su camino sin querer ver lo que pasaba a su alrededor, como si llevaran anteojeras que se lo impidieran, llevando a sus prosélitos a estados emocionales que iban de la exaltación y euforia, a la más melancólica frustración, según le conviniera a ellos en protección de posibles querellas que el Estado de Derecho pusiera por sus actos. Pero la medicina de la democracia ha terminado por vencer, al resistir los ataques sistemáticos de los gérmenes separatistas, terminando con ellos al inocular la legislación vigente.

Pero si por sus actos les conoceréis, ha quedado claro, durante estos esperpénticos días e interminables horas, en las que la última noticia iba seguida por otra de al parecer más enjundia, que la cobardía es otra de las virtudes que adornan a estos próceres sediciosos. Hasta en el momento de la votación, donde se supone que los favorables al nacimiento de la nueva República Catalana deberían sentirse orgullosos de ese último acto que diera paso a la nueva criatura parida por la mitad de un parlamento insubordinado, han hecho gala de su canguelo. Setenta sediciosos se ocultaron bajo el secretismo de una votación, setenta sediciosos se parapetaron tras las varas de mando de unos alcaldes llamados a la rebelión que les amparan y vitorean en las escalinatas del Parlamento, mientras sus confundidos conmilitones ondeaban esteladas en espera de la alocución final en los balcones de la plaza. Discurso, proclama revolucionaria propia del nacimiento de una nación, que nunca se dio por mor de la cobardía y amilanamiento de los que horas antes se traspasaban tal cáliz, en un pasa tu primero que a mí me da la risa del chiste de unos ladrones de gallinas.

Aplicado el esperado artículo 155 de la Constitución, cesados todos los miembros del Govern sedicioso y algunos más de sus necesarios colaboradores, y mientras no han tenido ni la bizarría de quitar la bandera española que sigue ondeando en lo más alto del Palacio de la Generalidad junto a la cuatribarrada senyera, el más alto dirigente de esta locura se permite el lujo de seguir jugando al gato y al ratón en una comparecencia filmada por su órgano mediático de expresión, TV3, para comunicar que no se siente cesado y que llama a la oposición pacífica ante la aplicación de la ley. Mientras él comía tranquilamente en Girona, manchaba y adulteraba, como viene siendo habitual en el nacionalismo catalán, el concepto de pacifismo, pues este se convierte en violencia, aunque sea en grado mínimo, para impedir que el Estado de Derecho cumpla con el mandato de los ciudadanos. Intentan los cobardes y desleales sediciosos poner en tela de juicio el derecho y la obligación de los poderes del Estado para aplicar la fuerza, monopolio democrático en cualquier sociedad occidental, o medidas coercitivas para restablecer la ley allí donde fuere necesario y alguien lo impidiese.