Entraba en su recta final el IV Congreso Internacional «Azorín en la modernidad literaria» y a la par el Parlament de Catalunya protagonizaba esa astracanada de Declaración Unilateral de Independencia que no se creían ni ellos mismos por la cara de circunstancias que ponían los protagonistas, encabezados por Puigdemont y Junqueras, personajes que hubieran hecho las delicias de Pedro Muñoz Seca.

Este año se cumple el cincuentenario de la muerte de José Martínez Ruiz y entidades como el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert, la Universidad de Alicante, la Casa Museo Azorín de la Fundación Caja Mediterráneo y el Ayuntamiento de Monóvar se han involucrado en la organización de una serie de actividades de diversa índole donde, como suele ser tristemente habitual, falta el elemento estudiantil universitario.

Recordaba yo este 27 de octubre, que discurrió entre la historia y la histeria, con Luis Fernando Pérez Picó, el alcalde de la ciudad natal del escritor en 1990 e impulsor actual del resurgir del Instituto de Estudios Monoveros, lo que padecimos aquel año para conseguir el dinero con el que pagar el monumento funerario del cementerio donde, trasladados desde Madrid, reposan los restos de Azorín. Gracias a las buenas gestiones que realicé con Emilio Soler, a la sazón director general de Cultura, y al empeño decidido del recién nombrado conseller del ramo, el alicantino Antonio Escarré, se le pudo abonar al magnífico escultor bañerense Vicente Ferrero Molina su dignísima obra.

Y un Azorín tan valorado por los expertos como ignorado hoy por el resto de mortales, volvía a la actualidad literaria, forzosamente vinculado por los acontecimientos políticos de aquella Cataluña que cada vez admiraba más, como ya dejó escrito en plena crisis del 98, a la que consideraba la vanguardia de España en muchas facetas laborales, sociales e intelectuales. Ese mismo año Joan Maragall escribía su crítica y famosa Oda a España que era una despedida a la patria común tras el desastre colonial y la corrupción e incompetencia de la clase política apoltronada en la Villa y Corte. Mas el 5 de mayo de 1907 escribía su artículo Visca Espanya! en La Veu de Catalunya que invito a releer hoy en día porque resulta de una clarividencia que sobrevive al siglo largo desde su concepción. Nueve días después de aquella fecha, Miguel de Unamuno es el que escribe a Azorín una carta donde afirma: «Merecemos perder Cataluña». El monovero resaltó por su parte que «Cataluña tiene derecho a vivir su vida». Hay que añadir, para centrar el pensamiento y enmarcarlo en el contexto histórico, lejos de manipulaciones, que aquellas Cataluña y España tenían poco que ver con la realidad actual.

Admirador yo de Cicerón, sé que me reitero con aquel pensamiento imperecedero de que «los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla». El «problema catalán» ya dura demasiado tiempo si bien ahora, con una España más vertebrada y por ende menos desigual, el nacionalismo se ha aferrado, no a su mentalidad diferenciada de antaño, sino a la mentira histórica que ha llevado al adoctrinamiento falaz e inconsecuente donde no falta el afán expansionista que lo caracteriza y nos afecta con esa entelequia de «Países Catalanes» que jamás existieron. Ello me tiene que traer a la memoria a Jorge Luis Borges que dejó para la posteridad aquella frase contundente: «El nacionalismo se parece al alcohol barato. Primero te emborracha, después te ciega y después te mata».

Ese año 1967 en que Azorín fallece, le publica Destino, precisamente en Barcelona, La amada España. Él, viajero impenitente, con esa relación de amor-odio con la Castilla eterna, por recia, monumental y hermosa, mas doliente por su injusta pobreza, de hombres rudos pero nobles, habitantes de pueblos que siempre guardaban alguna enseñanza.

A Azorín, en estos tiempos convulsos, como en cualesquiera otros, hay que escucharlo por boca de sus estudiosos pero hay también que leerlo y sacar nuestras propias conclusiones para con uno de los más grandes literatos que ha dado la lengua castellana.

No pueden sonar ni sensibleras ni añosas ni reaccionarias aquellas frases suyas que sirven de justo colofón: «Amor a España; amor a la tierra alicantina. Y fe en una patria grande y esplendorosa».