Políticos tan distintos y tan distantes como Eduardo Zaplana, Ximo Puig, José Manuel García Margallo o Manuel Alcaraz están de acuerdo en que una reforma de la Constitución es ineludible. No sólo para resolver el encaje de Cataluña en España, sino porque hay otras muchas cosas que, después de 40 años, ya no se sostienen en la Carta Magna. Es cierto que una Constitución se hace para que perdure, pero también lo es que los tiempos que vivimos son de aceleración y todo, incluso la historia, se consume a velocidad vertiginosa.
Pero, si coinciden en eso, también son unánimes a la hora de exponer la enorme complejidad del panorama que se abre con ese cambio necesario. Porque las bases de las que se parten ahora son radicalmente distintas a las que propiciaron el consenso en la Transición. Entonces, las diferencias políticas eran enormes, pero la coincidencia en adónde se quería llegar -la consecución en paz de las libertades- era absoluta. Ahora, la reforma constitucional va a tener que emprenderse en una situación donde los principales actores saben que quieren cambiarla, pero no están de acuerdo en para qué. Tienen ideas muy distintas sobre el final.
