La primera constatación, después de lo visto ayer en el Parlament, es de naturaleza costumbrista. En Cataluña los trenes nunca llegarán a la hora, ni siquiera para chocar, porque los vaivenes de su alicorta clase dirigente mueven de continuo

Los tiempos, los parlamentarios y los otros, y en ese reiterado posponer, que a veces acaba en el regusto de un aparente llegar, el secesionismo encuentra su verdadero sino. El incumplimiento del horario de trenes rompe la imagen de país aseadito y nórdico con vistas al Mediterráneo que la supremacía catalanista se empeña en cultivar, frente a la rudeza celtibérica, en la que la puntualidad se considera un rasgo de atildamiento.

Que la historia siempre es un barullo queda como segunda evidencia de la jornada, la tercera de octubre lista para su inscripción en el libro del gran acontecer. La proclamación de la república catalana se hizo en segunda convocatoria y con la semiclandestinidad del voto secreto. Había que volver sobre el intrincado proceder del 10 de octubre, reflejado en el preámbulo de la resolución del Parlament, para intuir algo de lo que estaba pasando. De no ser porque al final se entonó Els Segadors quedaría la duda, otra vez, de si estábamos por fin en el tiempo nuevo o seguíamos en modo espera. La historia resulta así de confusa y eso no debe achacarse sólo al proceder del soberanismo. Lutero nunca clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg y la toma del palacio de Invierno por los soviets apenas alteró el día en San Petersburgo.

Como escenarios paralelos que fueron durante muchas horas, el Parlament y el Senado, que nunca había alcanzado tal protagonismo en la vida política, sirvieron para visualizar la ruptura del país, que es un severo roto del período abierto con la Transición y cuya recomposición tiene mayor complejidad que deshacerse del Govern y sustituir a Trapero al frente de los Mossos.

Después de que Rajoy convocara elecciones por la vía rápida queda una tercera evidencia. El desagüe del proceso demuestra que Puigdemont no es el astuto Odiseo que se pretende y no encontrará el camino de vuelta a Ítaca por más que Lluis Llach le cante a la oreja.

Para volver hay antes que abrirse al mundo y pese, a sus aires internacionales, el independentismo es de vista corta y horizontes limitados.

La mitad más visible de los catalanes vive la euforia que antecede a la frustración histórica. Por más que canten, Catalunya esta vez tampoco será triomfant.