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El grupo municipal de Ciudadanos, en el Ayuntamiento de Alicante, ha solicitado que la Real Academia Española (RAE) modifique uno de los significados que se atribuyen al término «alicantina». Reconozco que desconocía que nuestro gentilicio femenino pudiera entenderse como «treta, astucia o malicia con que se pretende engañar». Fea interpretación que, como es lógico, obliga a apoyar la moción. Es más, deberíamos solidarizarnos con nuestros vecinos del sur y agradecer que, de paso, la RAE actualizara también el concepto de «murciano». No parece acertado que siga catalogándose así a todo inmigrante español que resida en Cataluña. Menos aún en estos momentos, que no está el patio para tonterías. En fin, cosas de un lenguaje coloquial que merece cierta revisión.

Identificarnos con las malas artes no hace justicia a quienes hemos nacido en estas tierras. Tampoco, por supuesto, a los alicantinos de adopción. Menos aún si se utiliza en femenino, que hay me duele más. No voy a negar que vamos un poco a la nuestra porque, para ser sinceros, algo pícaros sí somos. De acuerdo, pero sin la mala baba que nos asigna la RAE, que solo intentamos sacar tajada de las oportunidades que nos ofrece la vida. Porque, aunque por nuestras venas corra sangre fenicia, una cosa es ser un tanto interesados y otra, bien distinta, tramposos de naturaleza. Así pues, que los ilustres académicos vayan cambiando el diccionario y dejen de colgarnos el sambenito.

Recordando nuestra historia reciente, quizás hubiera sido más apropiado plantear una transaccional a la propuesta de Ciudadanos. Tal vez pudiéramos solicitar que se eliminase el estigma que pesa sobre nuestro gentilicio y, al tiempo, incluir un nuevo vocablo en el diccionario. Un término que hiciera referencia al comportamiento habitual de algunos de nuestros políticos porque, al fin y a la postre, este es un hecho que nos sitúa en el mapa en más ocasiones que la propia Volvo Ocean Race. Liberemos de connotaciones negativas al hecho de haber nacido o residir en la terreta y, en cambio, aceptemos que ciertas acciones que ocurren por estas latitudes son dignas de recibir un calificativo propio.

Entiendo que, visto el devenir que caracteriza al Ayuntamiento de Alicante desde hace algunos años, puede ser complejo romper la asociación de esta tierra con la trampa y el engaño. Demasiados (de)méritos acumulados, por unos y por otros. Para reflejar esta realidad -que sí nos define con buena dosis de acierto- les propongo acuñar el término de «alicantinada» y que, por tal, entendiéramos toda conducta de un cargo político que permita perpetuar la inacción y el desorden en la gestión pública. ¿Qué les parece? Puede que, de este modo, sí nos viéramos algo más identificados.

Alicante es una ciudad maldita pero no por los alicantinos, sino por quienes nos representan. Desconozco qué pecado habremos cometido para ser castigados con esta plaga de alcaldes que, excepción hecha de Miguel Valor, hemos ido sufriendo en las dos últimas décadas. Sea cual fuera la resolución final de sus respectivos procesos judiciales, lo cierto es que los tres últimos electos han sido investigados -o lo están siendo aún- por la comisión de presuntos hechos delictivos. Para empezar nuestra peculiar historia, esta es una «alicantinada» que merece profunda reflexión. Por muchos matices que se quieran introducir para diferenciarlos, todos ellos están inmersos en investigaciones judiciales que interesan a su labor como responsables últimos del funcionamiento de una ciudad. Debe ser un mal endémico en estas tierras que, sin embargo, no hay razón para seguir asumiendo.

Bien nos vendría algo más de pragmatismo en ciertas decisiones y dejarnos de justificaciones incoherentes. Vamos a ver, ¿está siendo investigado Gabriel Echávarri por prácticas supuestamente irregulares, cometidas en su condición de alcalde? Obviamente, sí. Y no en una, sino en dos ocasiones. Vaya, que tenemos un alcalde doblemente investigado o imputado, que viene a ser lo mismo. Siendo así, ¿qué espera para dejar la alcaldía? A estas alturas, aburre entrar en el debate estéril de las mil y una razones que pueden esgrimirse para enrocarse en el cargo. No hay más excusa que la falta de vergüenza, propia de quien actúa con el rasero que más le conviene en cada momento. El resto son milongas.

La situación del alcalde pone en riesgo el gallinero municipal que ya era, per se, de difícil manejo. El «ménage à trois» entre PSOE, Guanyar y Compromís, nos dejó inicialmente en manos de tres alcaldes. Luego llegaron los tránsfugas, auténticos reyezuelos del «hoy aquí y mañana allá», de quienes no solo depende la corporación municipal sino también la Diputación Provincial. Ya ven, un auténtico caos por el que sí merecemos ser reconocidos. Para complicar más la situación, Echávarri suma y sigue al haber sido reprobado por el pleno municipal, a pesar de la abstención de Compromís, Guanyar y los tránsfugas. No hay quien entienda nada.

Espero que ustedes conozcan las intenciones de Compromís y de Guanyar en este asunto. Yo, lo reconozco, me pierdo. Los primeros, con Natxo Bellido a la cabeza, hablan ahora de «refundar» un pacto de gobierno, cuando lo que está en juego no es el discurso programático sino el apoyo a un alcalde doblemente imputado. Vamos, que aquí el único pacto que hay que acordar es el del sueldo a fin de mes. Por su parte, en Guanyar exigen la dimisión de Echávarri pero se abstienen a la hora de reprobarlo. Paradójico ¿no? Mientras tanto, su portavoz y vicealcalde, Miguel Ángel Pavón, recibe los ataques del grupo socialista por no dar chapa en sus dos cometidos principales -limpieza y urbanismo-, algo que parece evidente a la vista del estado higiénico de la ciudad y de su incapacidad para presentar un Plan General de Ordenación Urbana. Unos piden que los otros se vayan a casa y viceversa. Sin embargo, todos siguen compartiendo (des)gobierno en una ciudad totalmente desnortada. Un auténtico galimatías.

Ya ven que, entre tránsfugas, imputados y tripartito, nos ha tocado sufrir todos los males propios del municipalismo actual. Añadan la ineficacia y, como resultado final, el caos. Como les proponía, esto sería una «alicantinada». Y no saben cómo me avergüenza.

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