ay que reconocerlo: el reality con el que desde el 6 de septiembre nos está ofreciendo Cataluña por tierra, mar y aire a todos los telespectadores es insuperable, desde todo punto de vista. Es una especie de Gran Hermano pero a lo bestia, y bien hecho, porque lo tiene todo: intensidad, giros imprevistos, risas y llantos, duelos y quebrantos, y un barniz tragicómico teñido de surrealismo almodovariano que está consiguiendo dejarnos patidifusos día tras día y cada día más pegados a los asientos: yo esta hipertensión televisiva no la sufría desde la última temporada de Breaking Bad, lo juro.

Y es que la productora no ha escatimado en detalles: con la acertada elección de una casa tan imponente como el Parlament para el acomodo de todos los concursantes ya hubiera bastado, pero es que también está el Patio de los Naranjos del Palau de la Generalitat, la Plaza Sant Jaume, el crucero de Piolín, y miles de «extras» arracimados y muy auténticos (los mossos de escuadra, las multitudes de manifestantes de todo signo, los robocops de la Guardia Civil?) que ayudan a dar una verosimilitud impecable.

Pero donde se nota el talento y la creatividad de la productora es en el castin de los integrantes. Qué barbaridad. Están todos que se salen a cual mejor. Iceta, que entró en la casa con muchas ganas de baile y juerga y con un tatuaje de Freddy Mercury en el hombro izquierdo, está cada vez más sombrío y alicaído: dan ganas de abrazarlo y cantarle un par de nanas, para que se anime un poco. Colau y Junqueras, que hicieron edredonning desde el primer día y parece que no han roto un plato en su vida y no paran de apelar a la bona gent, al pueblo, y a los ciudadanos y a las ciudadanas, son los más maquiavélicos de todos, capaces de cualquier cosa para conseguir que no les nominen: con una mano se comen a Pablo Iglesias (pobre, qué desnorte tiene: qué hago yo aquí, qué digo hoy, a quién toca laminar?) y con otra torturan con la gota malaya a Puigdemont: da miedo en pensar lo que pueden idear juntos, de aquí a que esto acabe. Y en el ala oeste de la mansión tenemos a Xabier Albiol, donde todo es grande: es grande su cuerpo, son grandes sus manos, es grande su imagen que no cabe en la pantalla, es enorme su voz de galán de los años 50. Todo lo contrario que Arrimadas, grácil, ligera, estilosa, una especie de Audrie Hepburn catalana que engaña, porque es dura, y sabe además que goza del favor de la audiencia. Tiene como némesis a Anna Gabriel, la destroyer del grupo y que también tiene el favor de los suyos.

Otro acierto indudable de la factoría de telerrealidad catalana ha sido incorporar un elenco de secundarios de lujo, que mantienen la trama cuando en el interior de la casa decae el ritmo y están de siesta: el mayor Trapero (el feo), Coscubiela (el bueno), los Jordis (los malos); Guardiola bramando en todas las ruedas de prensa contra el estado opresor (tras una pancarta publicitaria con los logotipos de los patrocinadores del Manchester City, propiedad de un jeque árabe que seguro que es gran defensor de la democracia?); Soraya Saénz de Santamaría y la cara de susto que tiene desde que se dio cuenta que la estrategia de Rajoy de ponerle un pisito en Barcelona para solucionar este pequeño galimatías fue un error total; Artur Mas maquinando como nunca, incansable?

Y dejamos para el final a Puigdemont, sin ninguna duda y por derecho propio la revelación del año, el héroe tragicómico del momento: a mí unas veces me recuerda a Peter Sellers intentando hacer lo imposible para coger el zapato que flota en la piscina de El Guateque; otras, a ese Dustin Hoffman abrumado y acojonado por tener que cumplir con la mujer madura de El graduado. Habla con todos, pero ya nadie le echa cuentas: Carles, estás nominado, tu futuro ya no depende ti.

Eurovisión nos mira, alucinando en colores, tratando de copiar el éxito del formato, pero es que es imposible: nadie tiene nuestro talento, nuestra creatividad, nuestra capacidad de improvisación, la habilidad que tenemos para pasar del dramatismo a la comicidad, frente al gris aburrimiento de las democracias continentales. Al final es verdad que Spain is different, pero en sentido positivo. Como decía mi abuela, «esto es más divertido que estar en un coche parao, viendo pasar la gente». Y Ferreras está bien como conductor, pero nadie hubiera puesto un pero a que la presentadora de tamaño espectáculo televisivo hubiera sido Mercedes Milá (catalana, of course), con botox, minifalda y escote palabra de honor diciendo su frase favorita, toda reponpolluda: «atención, conectamos con la casa?»

En fin, qué pena todo, que ridículo tan espantoso, qué fracaso tan monumental. Antes de empezar a llorar todos por el desastre y el delirio en el que nos vamos a sumir tras el esquizofrénico programa de ayer, refugiémonos al menos en el humor: sin ninguna duda, la mejor patria que existe. Fundido en negro, por favor.