Cuando aparecieron los primeros libros digitales, confieso que mi generación, conmigo dentro, no dimos crédito a lo que teníamos entre las manos, y nuestras neuronas entraron en un estado de perplejidad. ¿Que dentro de «eso» hay libros? ¡Anda ya...!

Recuerdo que técnicos de los establecimientos especializados trataron de explicarnos el milagro y no fueron capaces de que viéramos la luz, pero poco a poco fuimos alejando la luz eléctrica de antaño atrás y entramos en el concepto milagro-tecnología. Hoy -y no hace tantos años de su nacimiento- mi generación y yo manejamos las «tablets» con cierta soltura y hasta le vemos la utilidad. Pero nadie me quita de la cabeza lo que pensé, en medio de mi paroxismo, al usar mi dedo para hacer que un libro apareciera en aquella pantalla iluminada. Fue como si hubiera visto al Padre Eterno que acerca la mano al Hombre en la Capilla Sixtina y con este simple gesto le da el Ser...; a mí me dio, al tocar la tablet con mi dedo, En busca del tiempo perdido al completo. Y no crean que no le di las gracias... Desde entonces la llevo conmigo porque, además de libros, te ofrece la intemerata. ¡Hasta el tiempo!

Pues bien una de estas mañanas, con mi tablet en el bolso, me fui a desayunar donde acostumbro. Suelo buscar el periódico, pero vi que estaba secuestrado por un cliente que cotidianamente se lee hasta los anuncios, así que saqué mi libro electrónico al tiempo que una mujer mayor, viendo que mesa libre no la había, me pidió permiso para compartir la mía. Accedí, claro, y pronto comprendí que mi pretendida lectura había sido abortada antes de nacer. ¿ «Eso» es un libro que tiene libros dentro?, me preguntó. Le dije que sí. Es que sus nietos e hijos tenían de «esos», pero ella no lo acababa de entender. ¿Cuántos hay ahí dentro? Unos cientos, tal vez casi mil... ¿Tantos? Ay si mi abuela los hubiese visto... Porque yo vengo del campo, ¿sabe?, y en mi tiempo, ni leer o escribir sabíamos, vea usted lo que hemos avanzado..., en el año 36 y mucho antes, no sabíamos nada de nada..., mi abuela materna para decirme la edad, cuando iba a cumplir los 96, me lo contó de la siguiente manera: tinc 9 cavallons i mig, y una gavella. ¿Y eso cuántos años eran?, le pregunté. Ella me lo escribió en una servilleta del bar (1 cavalló son 10 gavelles: 9x 10=90 anys; mig cavalló son 5 gavelles = 95 anys; (una gavella es 1 any) así que la abuela iba a cumplir 96 años. Vivían entonces en la partida de Algorós, sus padres tuvieron seis hijas y ninguno en casa sabía ni leer ni escribir. Pero a ella, que entonces era la nieta, le pusieron un maestro que venía en bicicleta y le enseñó lo básico. Luego se las apañó para saber más y hasta llego a ser una buena empresaria. Pero sus hijos ya tenían carreras... Así que miró mi tablet con displicencia y dijo: Yo ya estoy cansada para esto y, además, me gusta pasar las páginas de los libros y escuchar cómo cruje el papel.

Nos despedimos y cada una siguió por distintos caminos. Yo me quedé pensando, mientras caminaba, en la conversación con mi interlocutora, en cómo aguza el ingenio el género humano cuando trata de comunicarse, como la abuela de los números cotidianos. Un flash para el hombre del Neandertal sentado alrededor del fuego en su cueva y teniendo también la necesidad de poner nombre a las cosas para entenderse...

La verdad es que ya hoy estoy satisfecha con los adelantos que nos han ofrecido las nuevas tecnologías. Es un placer caminar por algún espacio tranquilo, sentarse en un banco umbroso, sacar un buen libro «de pasar las hojas» y entrar en la historia o el tema que un buen escritor propone. Y el lector redondea ese placentero momento al tener la posibilidad de sentir que en su bolsillo hay toda una biblioteca con los libros escogidos. Todos a la mano. Y mientras disfruta de una agradable brisa y una luz brillante que lo ilumina todo, palpa en su bolsillo y nota una gran satisfacción al sentir que allí, en esa cosa llamada «tablet», se alojan siglos de sabiduría a la que cualquiera ya puede acceder.

Pero al mismo tiempo recordé las palabras de aquel político checo (también filósofo, dramaturgo y profundo intelectual) llamado Vaclav Havel, que pronunció en un congreso de jefes de gobierno: «La Nueva Era, o es científica o no es nada. Pero la Nueva Era Científica o es también Espiritual o no es nada». Mas tarde Havel se quejó porque ningún congresista parecía haberle entendido.

P.D. ¿Estábamos hablando de entenderse? Tal concepto parece haberse quedado últimamente inmóvil en las orillas del tiempo...