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El peligro de entrar en la cabeza del otro

Las tecnológicas acuden al poder "empático" de la realidad virtual para convertirla en un medio masivo

Las empresas de Silicon Valley están invirtiendo miles de millones en la realidad virtual (VR). Y para rentabilizar esa inversión, para vender millones de cascos por todo el planeta, necesitan que se convierta en una tecnología tan cotidiana y masiva como ahora son los teléfonos móviles inteligentes (smartphones) o las redes sociales. Necesitan que los necesitemos. ¿Cómo conseguirlo? Ben Tarndoff describe en “The Guardian” el truco de magia que ahora quieren hacernos. Y la palabra clave del truco es “empatía”, ese sentimiento de identificación con el otro, esa capacidad para ponernos en el lugar de los demás. Empatía. Eso es lo que contiene intrínsecamente la VR, proclaman los tecnodioses que controlan nuestras vidas. Con los dispositivos de realidad virtual no sólo ves y oyes, o incluso tocas, es que estás “dentro”. Es inmersivo, que se dice. Mucha empatía tiene la VR, proclaman, mucho potencial para meternos en los zapatos del vecino, para comprenderlo mejor; la mejor vía para hacernos más compasivos, más humanos y, en definitiva, para rematar la construcción de ese mundo ideal que ya tendríamos que estar edificando gracias a los teléfonos móviles y a las redes sociales que tanto nos conectan, tantos gobiernos injustos pueden derribar y tanta democracia producen. De nuevo ese pestazo a utopía de hippie californiano: los mismos ejecutivos de Facebook o Google que comercian, vía publicidad, con los datos privados que les entregamos como pago invisible por sus servicios, los mismos que se dejan abierto el grifo del odio en las redes sociales y no filtran los contenidos más salvajes ahora nos venden que amarás a tu prójimo como a ti mismo cuando te pongas unas de esas gafas.

Dibujos animados en mitad del dolor

Eso es lo que dijo, por ejemplo, Mark Zuckerberg el pasado día 10, cuando protagonizó una retransmisión en vivo de Facebook Spaces, una aplicación de “realidad virtual social”, que permite interactuar en entornos 3D con otros usuarios y donde todos los protagonistas aparecen como un avatar caricaturizado. El dueño de Facebook -mejor, su personaje en dibujo animado- decidió promocionar su aplicación paseándose virtualmente por una calle de Puerto Rico, la isla destrozada por el huracán. Esto le valió no pocas críticas. Pero él, en sus disculpas, coló otro de sus sermones píos: “Una de las características más poderosas de la realidad virtual es la empatía y por ello puede generar conciencia y ayudarnos a ver lo que sucede en diferentes partes del mundo”. Empatía. Mucha y buena empatía para mejorar la reputación de la realidad virtual, que hasta la fecha es una tecnología asociada a los videojuegos y al sexo. Pero las compañías no quieren que los cascos de VR sean sólo un nuevo juguete sexual o un entretenimiento para frikis. Además, tal y como subraya Ben Tarndoff en “The Guardian”, la milonga de las gafas empáticas les permite “restablecer la narrativa” de que “la conectividad produce resultados socialmente beneficiosos y de que Silicon Valley es una empresa esencialmente humanitaria”. A ver si alguien deja de ver a estas plataformas tecnológicas como los irresponsables aspersores de mentiras o mensajes racistas que son.

La riqueza en la miseria

Tarndoff duda de que la empatía haga de la realidad virtual un medio de masas. Piensa, más bien, que será el sufrimiento ajeno. Ése será el gancho. “Si un medio puede hacerte llorar, como la VR, funciona”. La “miseria virtualizada”, zambullirse a fondo en el dolor ajeno, añade, será la “droga de entrada” a un uso mayoritario de las gafas. No habrá un “despertar moral masivo”, dice. La viralidad del sufrimiento/morbo inmersivo generará nuevos beneficios a las compañías tecnológicas, tal y como la entrega de nuestros datos privados ya lo está haciendo. “El capitalismo habrá encontrado otra forma de monetizar su desperdicio”, sentencia.

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