Estamos tentados a pensar que somos hedonistas por naturaleza, en la línea más estricta de la filosofía de Epicuro de Samos, pero como en tantos aspectos de la vida, puede tener sus matices y sus entresijos. Fue Arístipo de Cirene quien promulgó, desde la escuela cirenaica, que el objetivo supremo del hombre es la búsqueda del placer físico sobre todo lo demás. Los hedonistas de Epicuro contemporáneos a Arístipo, iban un poco más lejos porque incluían además de los placeres físicos, los placeres del alma.

Desde estas visiones el planteamiento actual podría verse soliviantado con la mezcla de posturas, considerando la hedonista mucho más elevada y positiva que la cirenaica, pero el análisis tendría que orientarse hacia qué fin último se persigue realmente y por qué. Los sentimientos humanos más primarios se quedarían con el simple objeto placentero sin ahondar más allá, en cambio los que reflexionan más profundamente desde aspectos secundarios y terciarios se inclinarían, sin duda, hacia placeres mucho más extensos que le proporcionaran placer a los sentidos y a las emociones conduciendo todo el proceso hacia un estado puro de felicidad absoluta.

Hoy contamos con infinidad de recursos para proporcionar placer a los sentidos y a las emociones como una buena, abundante y suculenta comida, elaborada con pericia culinaria y condimentos de primera calidad; olfatear un aroma diferente que nos sugiere sensualidad y placer por lo que encierra en sí mismo; la observación minuciosa de una obra de arte que consiga llevarnos a otro plano de la realidad y nos convenza de que lo sublime es posible; los sonidos coordinados y armonizados que pueden transportarnos hacia un nuevo paisaje sonoro; acariciar la suavidad de la piel y sentir el calor que desprende para dejarnos llevar a un plano paralelo de la vida, entre miles de posibilidades más.

Los sentidos pueden ser la puerta al mundo real pero además abren también la ventana de las emociones y de la motivación por alcanzar el mundo de las ideas. El conjunto es el que posibilita al ser humano para conseguir una felicidad compactada y consecuente con sus necesidades. Quien solamente aboga por los sentidos físicos se quedará a mitad de camino y se enquistará en la mediocridad. Anulará la razón y los sentimientos quedarán relegados a un segundo plano. Quien aspira a la totalidad, y lo consigue, podrá disfrutar de los placeres del cuerpo y del espíritu en su plenitud.