Sí, ¿hacia dónde vas Alicante? Acaba de salir la Volvo Ocean Race, la regata que dará la vuelta al mundo y que como puerto de partida, ha colocado a nuestra capital en los noticiarios deportivos de los cinco continentes. Ella sí sabemos a dónde va pero no si marchará en el futuro desde este mismo lugar.

La ciudad ha vibrado en estos días previos, abarrotada de gente de múltiples lugares y alto poder adquisitivo; la hostelería ha puesto el color, la climatología el calor y el vicealcalde el horror dándole la espalda y negándose hasta con su ausencia a su celebración. Fanatismo radical de quien repudia todo lo que huela a iniciativa privada, pero sin incentivar la pública en una urbe paralizada y con licencias de obras generadoras de riqueza y puestos de trabajo en interminable lista de espera que suele acabar en renuncia de proyectos emblemáticos como el de la Casa Alberola.

Históricamente la vida de Alicante ha sido el puerto y ahora los cruceros huyen por la incapacidad de saber ofertar para ese tipo de turismo unos atractivos que empiecen por limpiar la imagen, por cuidar el entorno, por que el centro sea un escaparate cuidado. En Cartagena, hasta la Policía Local abre paso a los autobuses de los cruceristas y una ciudad de antaño escaso recorrido turístico ha sabido reciclarse y ponernos en entredicho por la incompetencia desesperante de quienes deberían gobernar y no solo ocupar las poltronas para pelearse entre ellos.

Ya Hans Christian Andersen en su Viaje por España que realizara en el tercer cuatrimestre de 1862, nos habla de un Alicante cuajado de marinos y comerciantes de muy diversos países. Alojado al final de la Rambla, escribe que hasta se encontró por los aledaños portuarios paisanos de su Dinamarca natal.

Me duele Alicante como le dolía España a Unamuno, muerto en la Nochevieja de 1936 en una Salamanca núcleo del franquismo donde osó decir aquello de «venceréis pero no convenceréis». Por vasco españolista y demócrata fue denigrado por unos y otros, teniendo que salir Antonio Machado en su defensa afirmando: «Señor, perdónalos porque no saben lo que han perdido».

A Sorolla le dolía Cataluña y las algaradas callejeras de los nacionalistas estando en Alicante, el año que viene hará cien años. Pero ¿a quién le importa esto? La tan manida memoria histórica no empieza reconociendo que somos un municipio bimilenario por concesión del emperador Augusto, sino que comienza y acaba en los bombardeos fascistas y la represión franquista.

Aunque carezca de rigor, también me dolió escuchar hace unos días en el programa Esto me suena de Radio Nacional los resultados de una encuesta a los oyentes sobre cuáles eran las ciudades más feas de España. La conclusión fue seleccionar a tres: Ferrol, Alicante y Soria. Indudablemente es injusto, pero ahí queda. El «ciudadano García», director de ese espacio, apuntó que, bueno, la capital alicantina no está mal aunque no tiene muchos atractivos.

El problema añadido es que no sabemos explotar los recursos, entender lo que es una ciudad turística, cuidar el centro como escaparate del visitante, conservándolo, reparando casi al instante los desperfectos, reponiendo las flores, arreglando las fuentes sin funcionar, las farolas fundidas, prohibiendo que se duerma en las aceras, viendo la manera de controlar la mendicidad agobiante.

Hace dos años y medio en las elecciones municipales el PP obtuvo el 25% de los sufragios, el PSOE el 20%, Guanyar y Ciudadados el 18% y Compromís el 9%. El pacto de las tres fuerzas de izquierdas le dio la Alcaldía a Gabriel Echávarri, cuya investidura votaron todos a favor excepto los populares.

Desde entonces los líderes de PP y Cs renunciaron pronto a su escaño y lo del equipo de gobierno es para nota. De memoria recuerdo una concejala condenada por insultos a la Corona; otra que llamó «castuza» a los funcionarios, expulsada de su grupo por hacer de proveedora a una empresa de sus compañeros de candidatura; otra más con problemas de envío a su país de material humanitario en cuyo asunto al parecer estaba involucrado su hermano y, además, denunciada allá por algún paisano suyo; otra en el punto de mira por denunciarla una funcionaria de su área por acoso laboral; y aún recuerdo a otra de estas protagonizando un típico número de «no sabe usted con quién está hablando» a un policía local que le impuso una sanción al tener su vehículo mal estacionado. La excepción que confirma la regla de esta «sección femenina» que nos gobierna, la protagoniza el alcalde, doblemente investigado.

Llevamos dos años y medio de legislatura y, ¿qué medidas adoptaron los nuevos gobernantes que tantas expectativas de cambio generaron? De nuevo, apelo a mi memoria por no ser exhaustivo: quitar el monumento al Soldado de Remplazo, no ya por su discutible calidad, sino por lo que significaba, con bandera nacional incluida cuya reposición se negó a pagarla el consistorio. Suprimir las corridas de toros y la pecera de la Plaza Nueva así como los barrotes en los bancos para que así puedan dormir en ellos los vagabundos, dejar en suspenso el edicto para frenar la mendicidad, cambiar los nombres de ciertas calles «fascistas», reavivar una memoria histórica específica donde no tienen cabida los desmanes que en Alicante llevaron a cabo los frentepopulistas, contactar con los líderes del Institut d´Estudis Catalans de Alicante para «valencianizar» al funcionariado... Como cualquier avezado puede constatar, todo de urgencia e interés general para la ciudadanía.

Por contra, algo habrán hecho. Me cuesta recordar una obra de calado. La recuperación del Acuario Mediterráneo mantiene los cristales rayados, la luz impide ver bien a los peces y la ambientación del fondo del mar me retrotrae a los decorados de las marionetas de Gorgorito que veía de pequeño en el parque de Canalejas. El carril bici en la avenida de Elche ya sabemos qué problemas conlleva por su mala ejecución. Hay alguna obra que estaba pendiente del gobierno anterior: reparar las cubiertas del Ayuntamiento y terminar la rehabilitación del palacete de la calle Labradores, 15.

Proyectos: la genialidad del alcalde con el túnel subterráneo luego reconvertido en puente para evitar el tráfico por la Explanada, una obra faraónica y de casi imposible ejecución. Y luego, el Plan Ciudad que no es más que una declaración de buenas intenciones que ya ha fracasado en otras urbes. Recordemos aquí aquel Triángulo Alicante-Elche-Santa Pola bien concebido, apoyado institucionalmente y promocionado que quedó en agua de borrajas.

A día de hoy, ¿qué ha culminado perdurable y de interés este gobierno municipal? ¿Qué deja de nuevo patrimonio monumental o urbanístico; por qué obra será recordado?

No hay modelo, ni imagen, ni concienciación turística, ni limpieza, ni respeto a las buenas iniciativas privadas, ni una pizca de imaginación.

Somos sede de la Unión Europea al tener aquí las oficinas de la EUIPO. ¿Hay algo que se lo recuerde al visitante? Nada.

Como alicantino amante de su ciudad, sigo lamentando el estado de la misma, el numerito internacional de Ikea, cuya paciencia parece franciscana, el espectáculo local de los gobernantes a la greña, la denuncia continua de escándalos y escandalillos. Una lástima que me lleva a pensar si todo esto nos llevará al abismo social, político y económico.