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Bartolomé Pérez Gálvez

Sin rumbo

Sigo desconcertado con este culebrón. Puedo compartir algunas de las razones del fondo de la cuestión, pero nunca las formas. Y, menos aún, la deriva que va adquiriendo un nacionalismo catalán que empieza a recordar a la estatua de Colón, que se erige frente al puerto de Barcelona. Supongo que sabrán que, en vez de señalar hacia las Américas, el dedo del Almirante apunta hacia Palma de Mallorca ¿Era un presagio de las futuras ínfulas imperialistas de los Països Catalans? Lo dudo porque, de ser así, las chicas de la CUP no hubieran propuesto su derribo. Simplemente, andaban desorientados. Como ahora, vaya.

Los independentistas van perdiendo el rumbo, si alguna vez tuvieron alguno que fuera más allá de la agitación de las masas y la desestabilización del sistema político español. Porque una cosa es el histórico ?y legítimo- nacionalismo catalán y otra, bastante distinta, el histriónico espectáculo al que venimos asistiendo en las últimas semanas. Insisto en que motivos no les falta para el hartazgo, pero el método es impropio de quienes pretendían ser los más listos de la clase. La imagen que el independentismo está ofreciendo de Cataluña -no ya ante el resto de España, sino del mundo entero- es tan impropia como patética.

La que está cayendo con las «fake news» es de órdago. La manipulación informativa es tan burda que se aproxima más a las mentiras de Pinocho, que al resultado de una maquiavélica planificación. Recuerden a la inocente Marta Torrecillas, supuesta víctima de bárbaras agresiones físicas y sexuales por parte de algunos policías nacionales, durante la jornada del 1-O. «Me cogieron los dedos y me los fueron rompiendo uno a uno», afirmó. También le habían «tocado las tetas» mientras se reían. Que hubo violencia, es evidente a la luz de la imágenes. Ahora bien, ni dedos rotos ?mucho menos, con tanta parsimonia y sadismo- ni tetas magreadas. La guayaba resultó ser una concejala de ERC y acabó protagonizando el primer baile de la fiesta de la mentira.

El número de heridos es un dato de especial relevancia a la hora de reflejar la intensidad de la violencia. Y, por supuesto, para elevar a los altares del martirio a sus víctimas. Las cifras han ido incrementándose a medida que pasan los días, hasta alcanzar ese último dato oficial de 1.066 «pacientes atendidos a consecuencia de las cargas de los cuerpos policiales del Estado», que es como reza literalmente el título del informe del Servei Català de la Salut. Para que se hagan una idea, apenas 15 veces menos que el inmenso número de heridos por los atentados cometidos por ETA. De seguir así, en dos semanas tendríamos más víctimas que en seis décadas de terrorismo. Las comparaciones son odiosas pero, a fuerza de manipular, esta vez se han pasado un rato. Y, por supuesto, igual vale una contusión o una fractura, que un arañazo o una crisis de ansiedad. Solo el 0.65% se consideraron como graves, mientras que un 83% de los casos eran tan leves que, en condiciones normales, difícilmente hubieran sido atendidos con un criterio de urgencia.

La imagen de esta Cataluña supuestamente arrasada, se ha visto empañada a medida que se ha ido conociendo que, sin quitar un ápice de verdad a que realmente existió violencia, la intensidad de ésta ha sido vilmente manipulada. El lacrimógeno vídeo «Help Catalonia. Save Europe» llega en un momento en el que la opinión pública internacional empieza a reconocer que se tragó el sapo de la inocencia secesionista. The Guardian ya ha reconocido el error inicial que les llevó a creer en la veracidad de unas fotos y declaraciones que, en realidad, correspondían a otros tiempos y lugares. Esta misma semana, el Washington Post publicaba un artículo de opinión de Amanda Erickson, en el que se ponían de manifiesto la utilización de estas falsas noticias para dar cuerpo al movimiento independentista. Si detrás de la estrategia se encuentra Rusia, como apuntan distintos medios de comunicación, no deja de ser una hipótesis. Aunque, eso sí, una hipótesis bastante sólida.

Mentirijillas aparte, lo que realmente me viene confundiendo es la última propuesta de Òmnium Cultural y la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Ambas entidades han iniciado sus protestas ante la decisión de la jueza de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela, de enviar a Soto del Real a sus respectivos presidentes. Las medidas adoptadas por la magistrada podrán ser apropiadas o excesivas pero, en cualquier caso, es una decisión judicial que convendría respetar aunque no se comparta. No ha sido idea de un Rajoy a quien se le va poniendo el viento a favor, sino el resultado de la separación de poderes. Aunque, ya se sabe, esta separación solo es justa y transparente cuando sus decisiones son beneficiosas para los propios intereses.

Pues bien, entre las acciones de protesta hay una que desconcierta especialmente. De verdad que se hace difícil discernir si las ideas nacen del bloque independentista o, por el contrario, de los españolistas más radicales. Después de que los separatistas recobraran para si la máxima fraguista de «la calle es mía», ahora proponen un auto-boicot. Vaya, que acaban por dar alas a quienes defienden que hay que acabar con los intereses económicos de las empresas catalanas. Sacar dinero de los bancos se ha convertido en la primera «acción directa pacífica» -¡ya empezamos con los eufemismos!- para exigir la libertad de Jordi Sánchez y de Jordi Cuixart. Curiosa manera de hacerle el trabajo a los enemigos.

La idea del boicot a los bancos no ha sido del agrado de Santi Vila, posiblemente uno de los miembros más coherentes ?o menos incoherentes, según prefieran- del Govern. El conseller de Empresa advierte que es una medida que pone en riesgo a la economía catalana y la cataloga de «autogol». Sin embargo, tanto Oriol Junqueras como la coordinadora general del PDeCAT, Marta Pascal, consideran que cada uno debe hacer con su dinero lo que le venga en gana y respetar la libertad de consumo. Si los propios independentistas proponen el boicot dentro de Cataluña y considerando que el 40% de las ventas de productos catalanes se realizan en el resto de España ?fundamentalmente, en Aragón y en la Comunidad Valenciana-, ¿debemos hacerles caso? Lo dicho, andan como vaca sin cencerro.

Esta semana nos espera lío. Adelantaba Toni Soler -presentador de «Està passant» en TV3- que tendremos una DUI: o una Declaración Unilateral de Independencia, o una Declaración Unilateral de Intervención, pero siempre DUI. Que nos pillen confesados.

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