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Juan R. Gil

Permítanme que les hable de Málaga

El pasado viernes, La Opinión de Málaga, periódico editado por el mismo grupo que INFORMACIÓN, celebró su gran gala anual, un evento al que asistió la más amplia representación social, política y empresarial de la provincia andaluza. ¿Y qué?, se preguntarán ustedes. Y mucho, les contesto yo. Pasen y vean.

La fiesta tuvo lugar en el Gran Hotel Miramar. El establecimiento ya era hotel a principios del siglo pasado. Luego acabó en manos de la Administración, que lo convirtió en sede de la Audiencia Provincial. Allí, en su patio, se hizo la famosa foto en la que se ve a Jesús Gil, por entonces dueño y señor de la Costa del Sol, con la camisa desabrochada y la barriga al aire, abanicándose mientras esperaba entrar a declarar en una de las muchas causas que tuvo con la Justicia. El edificio se fue deteriorando al punto de ser irreconocible, cuentan los que vivieron aquella época, hasta que finalmente la Administración lo vació y lo sacó a subasta. La cadena Santos, una de las más prestigiosas del sector, compró el inmueble, le devolvió con una rehabilitación extraordinaria el esplendor que debió tener en sus orígenes y lo reabrió como hotel. Hoy para Málaga es otro símbolo más de modernidad bien entendida. Y también de orgullo. Hacer un paralelismo con la peripecia vivida por el hotel Palas en Alicante, también un edificio singular situado, como el Miramar, frente al Puerto, pero si me apuran con una ubicación aún más simbólica, porque en realidad ejerce junto a la Casa Carbonell de pórtico de la ciudad; hacer la comparación, digo, entre uno y otro caso, entre cómo en un sitio la iniciativa privada se implica en la recuperación y el desarrollo de una ciudad y en el otro ni las administraciones ni las instituciones empresariales son capaces de conservar el escaso patrimonio que nos queda, resulta sonrojante. ¿Ven por dónde voy? Pues esperen. Hay más.

En Málaga, los partidos no son ONGs ni los políticos hermanitos de la caridad. La lucha por el poder es, como en todos los sitios, descarnada. El PP acaba de arrebatarle, por ejemplo, la Alcaldía de Marbella al PSOE merced a una moción de censura y los socialistas han nombrado al alcalde depuesto presidente provincial de su partido para ir al choque de trenes. En la capital, se repite el esquema tantas veces visto: el presidente de la Diputación quiere ser alcalde y el alcalde no pierde ocasión para dejar en evidencia al presidente de la Diputación. Ambos son del PP y frente a ellos tienen a todo el aparato de la Junta de Andalucía, como saben gobernada por el PSOE. Y en el acto hablaban tirios y troyanos con lo que cabía temerse lo peor. Pero el alcalde se inclinó en su intervención por poner en valor las jornadas entre España y Japón que hasta ese mismo día se habían estado celebrando en Málaga, apuntalando aún más la proyección mundial que la ciudad ha adquirido. Y el presidente de la Diputación -popular, como he dicho- aprovechó la presencia en la sala de los representantes de Turismo Andaluz (el equivalente en Andalucía a la Agencia Valenciana de Turismo) para alabar la gestión del consejero -del PSOE, por supuesto- y pedirle al líder regional del PP ( Juan Manuel Moreno, sentado en primera fila) que cuando derrote a Susana Díaz a ese consejero no lo eche, sino que al contrario, lo fiche, porque está haciendo las cosas bien. El comentario llevaba la carga de profundidad de dar por bueno que los socialistas perderán el gobierno de Andalucía, ¿pero se imaginan ustedes algo parecido aquí? ¿Ven al alcalde de Alicante haciendo otra cosa que no sea criticar a su propio gobierno, olvidándose de la ciudad hasta en los actos más importantes? ¿Pueden pensar en alguna situación en la que la Diputación y la Generalitat Valenciana, lejos de darse de puñaladas en los juzgados, sean capaces, no ya de reconocerse algún mérito, sino siquiera de colaborar en algo? Resulta imposible. Por cierto, Turismo Andaluz, el ente de la Junta encargado de gestionar toda la política turística de la comunidad, no tiene su sede en Sevilla, sino en Málaga. Ya he dicho antes que cualquier comparación, da igual hacia dónde mires, resulta vergonzante.

Item más. Entre los premiados de la noche estaba el dueño de una cadena de clínicas de fertilidad que patrocina un equipo de balonmano femenino que estaba desahuciado y que, con la financiación de esa firma, en muy poco tiempo se ha consolidado en la élite del deporte español. Este año jugará liga europea. Y el tipo ( Manuel Rincón se llama) sale a recoger el premio y en su intervención, bromas aparte, que las hizo y fueron osadas, no se dedica a contarle al respetable su historia de sacrificio, esfuerzo y etc, sino que lanza dos mensajes muy claritos: a) que las administraciones tienen muchos frentes a los que atender, por lo que no pueden dedicar sus recursos a según qué cosas, pero b) que para las empresas de Málaga patrocinar equipos deportivos tiene que ser casi una obligación porque todas, directa o indirectamente, viven del turismo, con mayúsculas, y de la capacidad de atraer recursos, y el deporte es una inmejorable manera de hacer marca. Marca Málaga, claro, que es la que les da beneficios a todos. Luego las empresas no pueden estar esperando a las administraciones, sino que tienen que comprometerse en lo que, a la postre, no es un gasto, sino una inversión con retorno garantizado. He tratado de evitar hasta aquí la literalidad del tópico que reza que todas las comparaciones son odiosas, pero comprenderán que no me resista más: en este caso lo son, para desdoro nuestro.

Si este artículo tiene sentido en las páginas de un periódico como INFORMACIÓN es porque hablamos mucho de Málaga en Alicante últimamente. Una provincia que hace unas décadas ocupaba cuadrícula en el mapa del subdesarrollo y que hoy representa un caso de éxito internacional. Con una capital que ha protagonizado una de las mejores transformaciones urbanísticas de los últimos años, que ha sido capaz de reinventarse como referencia cultural europea (en Alicante, en 34 años de autonomía la Generalitat no ha tenido tiempo aún de hacer un solo -repito, un solo- museo) y que empieza a aparecer ya en muchas clasificaciones como tercera ciudad de España, superando a València. Y con una provincia que supera en PIB al resto de las andaluzas, incluyendo Sevilla. ¿Cómo lo han hecho? Con voluntad política, con implicación social, con objetivos claros y concretos, con unidad de acción, sea del color que sea cada cual. ¿Que Málaga ha tenido dos mujeres sentadas en el Gobierno, Celia Villalobos y Magdalena Álvarez? Y nosotros, entre indígenas y asilados, un vicepresidente y cinco ministros ( Solbes, Gómez Navarro, Zaplana, Pajín, Trillo, Margallo...) y ya ven. Y claro que en Málaga tienen broncas, tensiones, puñaladas, deficiencias, necesidades, problemas... Pero miras con los ojos de quien viene de fuera y lo que ves es, en lo fundamental, una gran inteligencia a la hora de fijar las metas y hacer piña para alcanzarlas. Ahora están en la atracción del conocimiento, en la búsqueda de un lugar de preferencia en el mundo global de la nueva economía digital. Como están todas las ciudades de tamaño medio, clima amable y balcón al mar. Pero allí ves que ya saben lo que quieren hacer, mientras aquí, pese a contar con un caldo de cultivo del que los demás carecen, esa charca repleta de nutrientes en la que nadan Andrés Pedreño, Andrés Torrubia, Iñaki Berenguer, Nuria Oliver, Eduardo Manchón, la gente de Hawkers, la de Energy, la de PLD Space..., aquí seguimos sin pasar de los discursos a los hechos. Perdiendo el tiempo. Y la oportunidad.

Habrá quien se plantee la inconveniencia de este escrito hoy, precisamente el día que sale por cuarta vez desde Alicante la regata más importante del mundo. La cuestión es que la Volvo Ocean Race viene desde hace años poniendo en evidencia todas nuestras carencias. Que la misma semana que se celebra la prueba sea la semana en la que las compañías de cruceros anuncian una tras otra que abandonan Alicante como base y como escala porque no tiene nada que ofrecerles no es una desgraciada coincidencia, es la prueba de nuestra incapacidad. La Volvo será una vez más un éxito de público pero tras ella volverá a dejar el mismo desierto de siempre. O peor, porque cada vez resulta más desolador.

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