Sólo son 50 años los que acaba de cumplir el Instituto Azorín de Elda-Petrer, pero parece como medio siglo. Para los de pueblo, que somos casi todos, era «el Azorín». Como era «la Melva», o «la Torreta». Así simplificábamos los apelativos para designar nuestro «cole».

Durante cuatro años, los que llevan del extinto 1º de BUP a COU, deambulé por esas aulas, aprendiendo a vivir con la adolescencia y la juventud. La verdad es que solo tengo maravillosos recuerdos de un Instituto destartalado y con multitud de problemas. Pero mi paso por esas aulas me enseñó a respetar a la gente que no pensaba como yo. A compartir vivencias personales con gente que estudiaba, o quería estudiar, otras cosas que a mí no me interesaban. Y es en esa escuela de vida donde forjé, seguramente, mucha de mi personalidad.

Recuerdo esa etapa como muy reivindicativa. Como fui delegado de alumnos, llevé un poco de cabeza a Pepe Candela, que fue Director durante casi todo el tiempo que viví allí. También se aprende mucho luchando porque las cosas mejoren. Y huelga aquí, manifestación allá, o recogida de firmas, fueron ejercicios democráticos mientras intentábamos, también, aprender y aprobar para la temida selectividad. Que no era para tanto.

Solo recuerdo las maravillosas cosas que viví en esa casa. Quizás uno tiende a borrar, lo llaman disonancia cognitiva, los acontecimientos negativos que nos ocurren. Y quiero especialmente agradecer a muchos profesores su entrega a una banda de alumnos desaliñados que llegábamos a esas aulas. Una sociedad que se precie ha de recordar y venerar a sus maestros. Es la piedra filosofal que hace a una sociedad más libre y más igualitaria. Mi agradecimiento para todos ellos.

Pero como uno también tiende a recordar a algunos más que a otros, permitidme, y perdón por las omisiones, que recuerde nominalmente a algunos de ellos.

Aprendí a leer, y a amar la lectura con Guillermina. A entender la literatura comparada con Mari Carmen Obrador. Salvador Paviá daba unas clases que hoy me recuerdan a conferencias que escucho en la Universidad. El latín vino de la mano, primero de Antonio Torres, que fue un docente ejemplar y riguroso, y de un Pepe Blanes que siguió su estela. Joaquín Laguna intentó, sin éxito, que aprendiese a dibujar, pero hice una buena amistad con él, y fue con quien más actividades culturales realicé. Muchas gracias, Joaquín. Esperanza nos gritaba por la mañana para que moviésemos el culo, en unas clases de gimnasia que eran más importantes que Educación Física, que eso sueña ñoño. Y Laureano, te ponía de cero a mil, en el gimnasio, con solo mirarte. El cura Ramón era muy carca para mi formación jesuítica, pero fue tan respetuoso con todos nosotros que la gente le tenía en gran estima. Hasta llegó al Vaticano. Y Elia, una de las profesoras más exigentes, te colocaba tres mil diapositivas de Arte, como para no conocer el mundo. Luego se iba a Novelda. Con Ana, mi maestra de música, aprendí que con los vinilos, que los zagales de hoy no sabrán ni lo que son, se puede aprender las maravillas de la historia de la humanidad. Y que un examen con tablilla en las rodillas encaramado en una grada, no es ningún suplicio. Y qué decir de los musicales que organizaba, si parecía Broadway en Petrer. Y Pepe Casao me presentó a la filosofía, y no encuentro nada más útil para mi vida.

Todo eso y más me pasó, nos pasó, a todos los que allí comíamos bocadillos de caballa en la cantina de Cesáreo. Nos duchamos más con agua fría que los legionarios. Y muchos, muchos, llegamos a la Universidad mejor preparados de lo que pensábamos. No se puede vivir de la nostalgia, pero no se puede vivir sin los recuerdos. Cada uno de nosotros hace con sus memorias un puzzle que constituye su mapa vital. Para mí fue una etapa tan atronadora que aprendí muchas de las cosas, tanto académicas como personales, que luego utilicé para vivir, o sobrevivir, en la sociedad. El Instituto Azorín fue la casa de muchos de nosotros, con sus defectos y sus virtudes. Tal es así en nuestros trabajos, y en nuestras familias. Porque el Azorín también es parte de nuestra familia. Y a la familia se la quiere siempre.