Nesulta toda una paradoja que personas que han alcanzado el éxito en el mundo empresarial, no muestren el más mínimo tino cuando se dedican a dirigir un club de fútbol profesional. Será que el «útbol es fútbol» o que sencillamente no tenemos suerte por estos lares, pero es pisar el Rico Pérez y aquel tiburón de los negocios se transforma más pronto que tarde en un pollo sin cabeza.

El tan manido dogma empresarial «misión, visión y valores», brilla por su ausencia en Romeu Zarandieta desde hace lustros y el advenimiento de Juan Carlos Ramírez no ha variado por ahora un ápice el modelo implantando durante la etapa de Enrique Ortiz: el socorrido «patapum pa'alante» como los de Alicante.

Apostar cada temporada por cambiar a media plantilla y fundirse a dos entrenadores hasta que alguna conjunción de los astros haga sonar la flauta del ascenso, es un camino a ninguna parte que puede obtener algún éxito puntual pero como ya se ha demostrado en repetidas ocasiones, tarde o temprano nos vuelve a llevar irremisiblemente al lugar de partida, es decir, fuera del fútbol profesional.

Es cierto que la situación económica es la que es y que probablemente lo urgente no permita centrarse en lo importante, pero es un hecho incuestionable que hoy por hoy no hay cultura de club de la que sentirse orgulloso ni proyecto de futuro que emocione a la hinchada. Nuestro universo gira en función del resultado del domingo y todo se fía al éxito del equipo, mientras se deja de lado al club, que languidece de pura inanición. No es de extrañar por eso que cada año, tras el fracaso que supone el «no ascenso», no quede nada; tan solo desolación y tristeza. Ese lamentable vacío que hace que todo ser herculano termine preguntándose en alguna fase de la temporada: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y sobre todo ¿Qué hago aquí? (en el Rico Pérez, se entiende).

Les propongo un pequeño ejercicio de imaginación. Elijan a uno cualquiera de los entrenadores que hemos defenestrado en los últimos cuatro años. Seleccionen también una plantilla escogiendo de entre todos los jugadores que durante ese mismo tiempo militaron alguna vez en nuestras filas. Añadan un buen campo de entrenamiento y un mínimo de condiciones para trabajar de manera profesional. Agiten todo ello y denle tiempo, pongamos que esas mismas cuatro temporadas.

Además y mientras llega el éxito del equipo, aprovechemos para ir haciendo camino en ese modelo de club deseado y sostenible que debe ser el Hércules de los próximos años, fomentando y consolidando una filosofía de cantera, mejorando el trato con los socios y con la ciudad que nos sustenta, y recuperando para siempre el perdido cariño de los clubes de fútbol base de la ciudad y la provincia.

¿Qué sucedería? Sería muy atrevido por mi parte asegurar el éxito de esta combinación pero estarán conmigo que al menos una cosa es segura: peor no nos iría, estaríamos en una mejor situación para afrontar el futuro y sobre todo, mejoraría nuestra autoestima, lo que constituye el primer paso para crecer.